En los tiempos que corren creo que uno de los valores fundamentales y que, por desgracia, más escasea es la coherencia. Una persona tiene que ser consecuente con lo que predica y actuar acorde a ello.
Lo cierto es que, pese a la relevancia que ello tiene, tengo la impresión de que la sociedad no exige un mínimo de coherencia a los líderes políticos; una exigencia que, indiscutiblemente, les haría actuar tal y como ellos predican que debe hacerse o al menos abstenerse de impartir lecciones éticas a los demás.
Personalmente me indigna cuando veo que ciertos políticos utilizan una vara de medir enormemente estricta para los demás y una sumamente flexible para sus propios actos. Un comportamiento es igual de elogiable o igual de reprochable, lo cometa quien lo cometa ¿o no?
No estoy hablando hoy de ilegalidades. No es la Ley la frontera de la que hablo en este artículo. Me refiero a que un político debe aguantar un examen sobre sí mismo y sobre sus actos que, al menos, revista la misma intensidad que los que él se permita hacer sobre los demás.
Porque, pese a que no dudo de que la llegada de nuevos actores a la política haya tenido efectos positivos sobre ella, mi impresión es que muchos de ellos no resistirían un examen de exigencia de la misma intensidad que la que predican. Un mismo supuesto, en muchas ocasiones, se analiza de forma distinta según a quien afecte, con especial laxitud cuando el análisis se cierne sobre ellos.
Para mí, una crítica o una loa ad hominem basada en la pertenencia a unas siglas o a una postura ideológica es igual de incorrecta hecha desde un plató.
Lo importante, lo que a mí me genera confianza, son los hechos que haga dicha persona, no que tenga mayor o menor fortuna a la hora de expresarse. Por poner un ejemplo, considero incompatible preconizar una prensa absolutamente libre, que prescinda de influencias externas tales como las de aquellas empresas que puedan participar en su accionariado (traducido en expresiones tan antiguas como “mercantilización del derecho a la información”) con mofarte de un periodista que te critica o te pide explicaciones.
Igual de inconcebible me parece optar por posicionarte públicamente por la progresividad fiscal, criticar a quienes ganan mucho y luego optar por tratamientos fiscales que, aun siendo legales, no son compatibles con los valores que defiendes. Ellos se defienden diciendo que muchos han hecho esas cosas, o peores, y que todo forma parte de una persecución que busca desestabilizarlos. La primera aseveración es verdad, pues una gran mayoría han cometido actos peores ¿La diferencia? Que, en muchos casos, quienes las hicieron no predicaban desde lo alto de un altar de superioridad ética. O sí lo hacían, cosa que me parece igual de reprobable. En cuanto a la segunda, no creo que se trate de ninguna conspiración. Son hechos cometidos por personas que pertenecen a la clase política y cuya actuación, en virtud del papel que tienen en la sociedad, debe someterse a la crítica ciudadana y al escrutinio periodístico. ¿O acaso ellos no han criticado –y lo siguen haciendo (con razón muchas veces)- a los políticos que les precedieron? Claro que lo hicieron. De hecho, es eso, la crítica, lo que les ha catapultado en las encuestas.