Mi pequeño homenaje a Alfonso Ussía

Empecé a leer a Alfonso Ussía a mediados de los años ochenta, en ABC, y luego le seguí leyendo en La Razón, y finalmente, en los últimos cuatro años, en El Debate.

Muchos de sus admiradores le calificaron ayer como maestro del columnismo en nuestro país, una definición con la que estoy totalmente de acuerdo. Como es bien sabido, Ussía escribió miles de artículos a lo largo de su trayectoria como periodista, la mayoría de ellos en un tono satírico y mordaz, para deleite de sus fieles seguidores.

En su momento, recorté y guardé algunos de sus artículos más brillantes, incluido uno que dedicó a su amigo Jorge Berlanga tras su fallecimiento, que me pareció entonces y me sigue pareciendo todavía ahora una auténtica obra maestra. Esa columna se llamaba 'El victoriano sosegado' y fue publicada en La Razón el 9 de junio de 2011.

«Jorge era un inglés victoriano perdido en el marasmo de la noche de Madrid. Más Wodehouse que Bukowski. Educado, con un sentido del humor a flor de piel, infinitamente sensible, captador de imágenes al momento, dotado de un talento más literario que cinematográfico, que le venía de sangre y cuna. Admiraba a su padre sin límites, pero nunca fue el hijo de su padre. Él volaba por otros rumbos, buscaba esquinas y rincones para soñarse en el Hyde Park de un Londres victoriano y amable», escribió en ese bellísimo artículo.

Ussía también recordó entonces, muy oportuna y acertadamente, que Jorge Berlanga huía siempre del látigo en sus crónicas. «Le daba mucha pereza sacar el látigo. No lo quería para su piel y respetaba la piel de los demás», rememoró.

Ese era otro de los grandes atractivos del segundo hijo del cineasta Luis García Berlanga —otro maestro indiscutible—, un atractivo que además le diferenciaba de no pocos compañeros de profesión. Dichos compañeros serían los que, ayer y hoy, parecen sentirse a gusto no sólo con el uso del látigo, la fusta o la espuela, sino también a veces con el empleo de dagas, ballestas y todo tipo de objetos hirientes y punzantes. Todo ello, sin olvidar el manejo de recursos muy antiguos y muy nuestros cuando se trata de «dialogar» o de «debatir» con alguien que no piensa justo como nosotros, como son los garrotazos o las pedradas a la cabeza.

Leyendo ahora a veces algunas columnas, lo raro es que en algún momento no nos acabe salpicando un poco la sangre. Por si acaso, como lector, procuro tener siempre a mano pañuelos de papel, una botellita de alcohol o toallitas húmedas.

Yo había comenzado a seguir a Jorge Berlanga también en ABC y luego igualmente en La Razón. Recuerdo que era capaz de hablar con idéntico talento y brillantez sobre cine, música, literatura o cómics, pero donde quizás daba lo mejor de sí mismo era en sus artículos y crónicas de carácter más personal.

Con esa fina ironía y ese elegante escepticismo tan propio de los Berlanga, creó para muchas de sus columnas un personaje delicioso, un alter ego noctámbulo, solitario, paciente y bienhumorado. Ese alter ego escuchaba con igual atención e interés las regañinas de su asistenta, los consejos sentimentales de sus amigas, las reflexiones filosóficas de su barman de confianza o las confesiones íntimas de las mujeres fatales con las que se topaba ya bien entrada la madrugada en la barra de cualquier antro poco recomendable.

«Jorge amaba con tal fuerza el humor británico que terminó pareciendo un inglés. Se apoyaba en las barras de los bares tradicionales con el desparpajo azul de los descreídos. Pero lo veía todo, y todo lo fotografiaba en su mente de privilegio. Se pudo convertir en el gran cronista de la noche de Madrid, pero estaba tan bien educado que renunció a serlo», proseguía Ussía en aquel precioso artículo.

Su conclusión era aún más bella si cabe: «Jorge era, tan discreto él, el seductor de la palabra callada. Hoy lloramos su ausencia del mismo modo que ayer celebramos su vida. Buen camino, inglés de Somosaguas. Vientos dulces a tu espalda y mirada hacia las nubes. En ellas te hallarás, cuando menos te lo esperes, con los abrazos de tus admiraciones permanentes. Los de tu padre y Carlos. Y tú los recibirás a tu manera, al modo victoriano, con afable y elegante distancia».

Estoy seguro de que ayer Jorge Berlanga y Alfonso Ussía debieron de reencontrarse en un lugar que, en principio, casi todos imaginamos algo mejor que este, fundiéndose ambos en un cálido y emocionado abrazo. Y, por supuesto, al modo victoriano.

 

 

 

 

 

 

 

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