Alistamientos de ida y vuelta

Últimamente noticias como la recuperación del servicio militar obligatorio en Suecia y sin ir tan lejos, la agresión que sufrió un comandante del Ejército de Tierra en el paseo del Born de Palma, además de la insistencia del Parlament al Gobierno para dejar de organizar actos civiles de jura de la bandera española; demuestran que la inseguridad e inestabilidad están a la orden del día.

Ya han pasado 16 años de esos tiempos en que los chicos eran reclutados para formarse en el Ejército y servir a la patria. Este sistema que duró más de dos siglos fue el encargado de uniformar, rapar y dar acceso a las armas a los soldados que cumplían obligatoriamente con “la mili”. Los vencidos y los vencedores, sin mencionar la desorbitada cantidad de fallecidos, enfermos y heridos fueron la consecuencia innecesaria de este método. No puedo dejar de contarles el testimonio, que hace muchos años recogí de mi tío, Juan.

Corría el año 34 cuando llamaron a filas a Juan. Le tocó por sorteo marchar al continente africano. El viaje fue largo: desde Palma hasta Valencia en barco, después cinco días en tren hasta Algeciras, y una vez pasado el Estrecho desembarcó en Ceuta para coger de nuevo un tren hacia su destinación, Tetuán. Pertenecía al escuadrón de Caballería y participó del momento histórico llamado la Revolución de Asturias. Su Compañía estaba formada por 150 moros y 8 españoles, entre los que había un periodista catalán. Cobraban al día tres pesetas y media, y pagaban una de ellas por comida, cena, café con leche y churros. Más tarde, atravesó el río Martín y destacó en Regaia hasta que llegó a Larache donde lo licenciaron en 1935. Había cumplido 14 meses de servicio militar y solo era el comienzo.

En el año 36, en plena Serra de Tramuntana, donde vivía, un amigo le informó que muy pronto deberían reincorporarse. Él creyó que se trataba de una broma porque nunca le había interesado la política ni se había imaginado que pudiera empezar una guerra, hasta que supo de la sublevación militar que dio paso a la persecución de izquierdistas que se adentraban por aquellos parajes y se escondían en cuevas para que no les mataran los falangistas. En agosto del mismo año, tuvo que presentarse en el cuartel del Carmen y al cabo de dos días, lo trasladaron a Manacor, con una veintena de soldados más y un teniente. El camión que los transportaba sufrió un ataque que resultó ser un aviso para los soldados, porque “los rojos” no querían matarlos a ellos, aunque algunos perdieron la vida en el ataque. Juan se refugió entre los matorrales y andando toda la noche llegó a Son Servera, donde se reencontró con un sargento que había conocido en África y lo nombró encargado de contabilizar las ametralladoras nuevas y las que estaban rotas del interior de un camión que habían requisado. De noche, descansaban donde podían y una vez en un pajar encontraron ocultos varios cadáveres. De vuelta a Manacor, seguía a las órdenes del coronel Ramos que lo ordenó cabo. Pasados cuatro días, se presentó un italiano, Rossi, que le dio un bofetón y lo mandó a filas porque habían encarcelado al coronel y le andaban buscando a él. Entonces fue trasladado a Comandancia para comprobar sus antecedentes políticos y otra vez de nuevo en Manacor hasta terminar el frente. También estuvo en una base ametralladora antiaérea en Palma, en un campo de aviación en Ses Salines y cinco meses más en Formentera. Cuando acabó la guerra, se encontraba en Palma y se sentía muy orgulloso de no haber disparado nunca a nadie.

Actualmente las Fuerzas Armadas son plenamente profesionales y se encargan de cubrir misiones de paz, pero no debemos olvidar esta memoria histórica porque no se pueden repetir errores del pasado que solo generaron odio, muerte y destrucción. Si antepusiéramos las letras a las armas, seguramente el mundo sería mejor.

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