Alta suciedad

Seguramente el lector no sabrá que entre mis muchas extravagancias me dedico a la literatura negra. Formo parte de un colectivo de escritores del género llamado “12 Plumas Negras” y he tenido la suerte de haber publicado obras corales junto a autores tan consagrados en el género como Lorenzo Silva, Carlos Salem o Jorge Martínez Reverte, por citar algunos.

Escribir relatos policiacos satisface mi curiosidad y fascinación por el lado oscuro de la sociedad. Por esos personajes que, ocultos de las miradas indiscretas, desarrollan sus actividades más o menos ilícitas y más o menos inmorales. Los ambientes oscuros y sobre todo las personas que los habitan, me atraen como mosca a la miel. Y ello me ha llevado a congeniar con traficantes de hachís en las montañas de Marruecos, con indígenas a sueldo de los narcos en el Mar de Cortés, México, o con prostitutas y chulos en la capital de Rumanía.  Todos estos personajes, y muchos más que pude conocer en mis viajes, tienen historias fascinantes que contar si consigues acercarte a ellos en el momento y alcohol adecuados.  En ellos me inspiro cada vez que me enfrento a una hoja en blanco para escribir mis pequeñas gamberradas negras.

El lado oscuro de la sociedad se encuentra a veces lejos de casa, pero otras muchas muy cerca. Hay ambientes e historias negras y fascinantes en cada esquina.   También aquí, en Mallorca. Adentrarse solo a las dos de la madrugada en Son Gotleu para comprobar como funciona de primera mano el supermercado de la droga, les aseguro, es toda una experiencia.  No podré borrar de mi memoria nunca la imagen de las enormes ratas correteando entre los yonkis que salen al encuentro del coche que se acerca. Ni la demacrada belleza de la muchacha que me sirvió de guía de madrugada por el poblado. Demasiado joven para estar allí y demasiado destrozada por sus adicciones.

En Mallorca también conocí a personajes que de hecho, ya forman parte de mis relatos publicados. El detective que te cuenta entre gintonics anécdotas de su trabajo que trasladas al papel rápidamente, el mando policial que te muestra procedimientos y secretos policiales que se supone que no debes saber, la prostituta que ejerce en Avenidas y que sin apenas hablar español rehúye hablar de su situación, o el conductor de kunda que trabaja en la Porta de Sant Antoni, son algunos ejemplos.

Y luego estaba Jose.

Nunca supe su apellido. Solo se que un día –una noche más bien- de hace un par de años decidí que quería escribir sobre los puticlubs de barrio de toda la vida. Tras estudiar las diferentes posibilidades me dirigí al barrio de Pere Garau, examiné por fuera los diferentes antros y entré en uno de ellos, el que me pareció más auténticamente decadente. Detrás de la barra me recibió un tipo de aspecto afable que rozaba la edad de jubilación. Ese día que me sirvió el primero de muchos Havana Club con Coca-Cola que me tomaría allí preparando mi relato.  Con cada copa le fui tomando más y más aprecio a este tipo tan simpático con sus parroquianos como implacable expulsando gente conflictiva del bar. Un tipo que trataba a sus chicas y a sus parroquianos como una gran familia. Llegué a la conclusión de que Jose era un buen tipo. No sé si me equivoqué. Pero el caso es que le cogí aprecio.

Mis charlas con Jose y con sus chicas sirvieron para inspiración del relato “La Rusa” que incluí en el libro “España Negra” publicado en 2013 por Editorial Rey Lear. Cuando publicamos el libro, en el que retrato a Jose y a su antro de Pere Garau, le llevé orgulloso un ejemplar. Le conté que hablaba de él y que lo leyera. Lo miró con cara de “¿Esto me lo tengo que leer yo?”, y lo dejó en la estantería de las bebidas junto al güisqui.

Después de aquello pasé unas cuantas veces más por el bar de Jose. Casi siempre temprano, a eso de las nueve de la noche, cuando él abría el local y las chicas no habían llegado todavía. Me tomaba un Havana Club y charlábamos un rato de la vida. Siempre le preguntaba si se había leído el libro. Siempre me respondía que no había tenido tiempo.

Hace unas semanas pasé de nuevo por Pere Garau saliendo del trabajo y decidí visitar a Jose. Me encontré el local cerrado a cal y canto. Me extrañó. Decidí tomar una copa en un bar de los de toda la vida impecablemente regentado hoy en día por un ciudadano chino. El barrio es como la ONU a la mallorquina. Al poco de sentarme alguien me saludó desde otra de las mesas. Era una de las chicas de Jose. Tenía un aspecto triste y gris. Le pregunté por él y por qué estaba cerrado el bar.

-       No te has enterado? – Dijo ella torciendo el gesto.

-       Enterarme, ¿de qué? – Respondí.

-       Jose ha muerto. Tuvo un infarto hace unos días cuando abría el bar. Murió en la calle. Aquí mismo.

Me dejé caer sobre la silla, en la terraza del bar de Pere Garau. Y me bebí medio Havana Club con Coca Cola de un trago. Mientras tomaba a sorbos el otro medio copazo y trataba  de reprimir las lágrimas decidí que Jose, al que poca gente recordaría, merecía un pequeño homenaje.  Que menos que escribirle estas líneas.

Descanscana en Paz, Jose. Tus parroquianos te echamos de menos.

Postdata: Ahora debería comenzar a sonar “Alta suciedad” de Andrés Calamaro para que este artículo tome cierto sentido.

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