La elevada siniestralidad durante la ‘Operación Salida’ de la Semana Santa, expresa un rebrote en el número de accidentes de tráfico como punto de inflexión a una larga serie bajista. La múltiple casuística hace inviable un solo diagnóstico, pero parece que el estado anímico de los conductores agrava, aún más, la falta de mantenimiento de las vías de tránsito. En nuestras islas, ha resultado especialmente llamativa la proliferación de accidentes en los que han intervenido vehículos de dos ruedas. Las carreteras que bordean la Serra de Tramuntana son paso obligado, pero muy peligroso, para ‘moteros’ ocasionales que prueban su pericia los festivos, con gran riesgo para sus vidas y las de aquellos con los que se cruzan. El saldo de víctimas ciclistas le va a la zaga, ya que estas últimas semanas han protagonizado diversos percances en Mallorca, con resultado fatal en sendos accidentes ocurridos en Muro y Sa Torre. Ambos siniestros afectaron a ciudadanos europeos, que unen al dolor por su pérdida el descrédito de nuestra Comunidad como destino seguro para la práctica del cicloturismo, al que los promotores públicos están dedicando recursos y confianza.
La Comisión de Seguridad Vial de los Ciclistas parece concienciada con la trascendencia del problema y ha previsto una partida de casi nueve millones de euros para la mejora del asfalto en una docena de tramos viarios. Con ello taparán algunos baches, instalarán alguna señal suplementaria e iluminarán algún túnel en sombra pero no resolverán el problema si no modifican el comportamiento incívico en boga. Es básico, pues, reforzar la educación entre los usuarios de bicicleta, pero es inaplazable concienciar a todos los demás de que la crisis, o la sensibilidad ambiental y personal, han impulsado el uso de un medio de transporte utilitario, pero muy frágil, que no tiene más remedio que convivir también con los coches y los peatones.
La preponderancia del vehículo a motor se agrava con la prepotencia de algún conductor encolerizado por la depresión y que arremete con mayor fuerza cuanto más débil es el adversario. La increpación furibunda al ciclista que ralentiza el tráfico en la carretera o circula por la calzada, en lugar de hacerlo por el carril-bici, no sólo está injustificada en muchos casos, sino que demuestra el tipo de energúmeno al que conceden el permiso de conducción. La mayoría de vías interurbanas por las que discurren los ciclistas tienen la consideración de “turísticas” y está limitada su velocidad, a pesar del caso omiso de la mayoría de conductores de automóvil. No olvidemos, igualmente, que el ciclismo deportivo no puede circular por el carril-bici, porque tiene también acotada su rapidez a un máximo de 15 km/h, además de que la bicicleta no tienen vedado el uso de la calzada, como tampoco lo tienen los taxis, aunque dispongan de un carril preferente. Aun así, el calvario ciclista se acentúa y maximiza en el centro de la ciudad, ya que los coches empujan al ciclista a los insuficientes carriles ad-hoc, de los que son repelidos por la falta de urbanidad de los viandantes, que irrumpen sin atender el peligro que comporta o que sencillamente muestran su falta de civismo y su desprecio a los principios de convivencia. Gente que dialoga sin miramiento, personas que atraviesan el espacio señalizado sin atención o los que pasean perros sujetos por la correa, coches estacionados, furgonetas de reparto, niños que juegan, corredores que entrenan o un mantenimiento deficiente del firme son algunos de los retos que debe afrontar un ciclista, si quiere sortear sin percance la gran aventura diaria de utilizar el carril para bicicletas.
La seguridad vial mejoró por la implantación de medidas sancionadoras que no eran sólo económicas, pero no se sostendrá si no va acompañada de una pedagogía eficaz para que la inversión pública no acabe en fracaso y el auge de medios eco-sostenibles no concluya en fiasco. Las autoridades no deben terminar su labor cuando se hacen una foto cortando la cinta de la inauguración, sino que deben velar por su cuidado y promover el uso adecuado de las infraestructuras, basado en el respeto mutuo y la observancia de las reglas acordadas. La sociedad del bienestar está en peligro por la escasez de recursos para mantenerla, pero no mayor que el que provocamos con nuestra dejación o negligencia y, en este caso, evitarlo sí está en nuestras manos o en nuestras conciencias.





