No hay cumpleaños sin regalos y el Mallorca no iba a ser la excepción. El Real Oviedo, pena de tercero en discordia del campeonato, le obsequió con un gol en propia puerta y ni una sola acción de peligro en el área local. El obsequio del árbitro que, igual que contra el Tarragona, no podía faltar, llegó mediante la expulsión, a todas luces exagerada, del lateral zurdo Bautista a los 36 minutos, que dejó a los visitantes en inferioridad numérica durante más de medio partido. La guinda la puso el técnico visitante que tardó veintidós minutos en darse cuenta de que, sin oposición, Lago Junior le estaba matando por la banda derecha, tiempo suficiente para la llegada del tanto de David Fernández antes de la lógica entrada en juego de Peña que acabó tardíamente con la velocidad y el desborde del extremo bermellón.
¿Resultado merecido?. Si. Esa es otra cuestión. En términos puramente estadísticos los de Fernando Vázquez tiraron una vez y los de Sergio Egea, ninguna. O sea, un pobrísimo espectáculo que, pese a los esfuerzos publicitarios y mediáticos de la semana, tampoco consiguió llenar Son Moix. Con un nuevo misterio: mientras en las redes sociales, “twitter”, el club anunciaba haber agotado las entradas –por cierto a un euro- en el descanso facilitaba una asistencia de menos de quince mil espectadores. ¿Dónde se ubicaron los ocho mil restantes?. Cuarto, cuarto, cuarto......Milenio.
¿Saben qué es lo peor de la precaria clasificación del Mallorca, oxigenada ahora por estos tres puntos vitales?, que sus competidores no son mucho mejores, por no decir casi iguales. Esta evidencia no se puede esgrimir como un atenuante de la pésima planificación de la temporada y la propia plantilla sino, al contrario, se trata de una condición agravante si apreciamos que dieciséis rivales entre los que incluso los hay más malos, aún le aventajan. Y viendo su forma de jugar, se entiende.
