Andamos todos espantados porque una descerebrada intoxicada de alcohol se dedicó hace unas semanas a denigrarse en un bar dando lametazos a algunas decenas de indecentes en lo que vendría siendo una especie de felación masiva a cambio de copas gratis. Todo tan cutre como el coeficiente intelectual de los diseñadores de tan miserable concurso.
¿Cuánto vale la dignidad de la niñata borracha y de los que se prestaron a este absurdo y sórdido juego? Barra libre por unas horas. No sabemos si les servían en copas o directamente les tiraban el alcohol por el suelo…
Al día siguiente, tanto la chica como ellos ya se habían apuntado a nuevos juegos de alcohol, por lo que no parece que la desinhibición propia de la borrachera tenga nada que ver con la exteriorización de sus miserias.
Vaya por delante que mientras la gente sea mayor de edad y se denigre voluntariamente, a mi realmente me importa poco lo que hagan mientras no afecte a terceros. Y personalmente creo que en este caso de la felación en cadena los únicos terceros afectados son los padres de esta chica. Desde luego, mi vida cotidiana no se ha visto afectada en lo más mínimo. Es más: hace 24 años que no piso Magalluf, y en mi vida he estado en la calle Punta Ballena. Siberia en camiseta me parece un destino más atractivo.
Sin embargo, tras hacerse públicas las imágenes del lamentable espectáculo, que por no ser no es ni erótico, parece que se ha instalado en Mallorca la sensación de estar en pleno epicentro de un movimiento sísmico que ha sacudido nuestras conciencias. El mamading parece ser la conjunción astral definitiva que viene a hundir nuestro principal negocio.
Y yo me pregunto… ¿acaso cuando los primeros mallorquines amanecieron en la isla Punta Ballena y sus ingleses salvajes ya estaban allí chupándosela los unos a los otros?
¿Acaso Punta Ballena es otro Gibraltar bajo soberanía británica desde algún tratado ignoto de tiempos remotos que nos impide actuar sobre la zona bajo riesgo de ser bombardeados por la Royal Navy?
No, amigos. Punta Ballena y su basura no es más que la consecuencia de nuestra manera de entender el turismo y el negocio. Punta Ballena ha sido y es una espléndida fuente de ingresos para algunos, y esos algunos han creado y mantenido esta letrina turística en perfecto estado de vergüenza ajena durante décadas.
Durante décadas en ese agujero negro algunos han ganado dinero a espuertas conviviendo sin excesivos problemas con peleas, agresiones a taxistas, destrozos a locales, idiotas que saltan o se caen de los balcones completamente intoxicados, violaciones, basura y degradación. Punta Ballena es hoy uno de los sitios menos civilizados de la civilización. No sé si es el peor, pero lucha con ahínco para serlo.
La gran ventaja de este concurso de aficionados al gang-bang de serie Z es que ha coincidido en el tiempo con la voluntad de algunos grupos hoteleros de invertir una millonada de euros (más o menos lo mismo que costó el fichaje de Garteh Bale por el Real Madrid) en nuevos complejos turísticos en la zona y claro, exigen lo que antes no se exigía: acciones para mejorar la imagen y la oferta turística de la zona.
Y el Gobierno, tras décadas de taparse la nariz porque salvo unos cuantos aquí nadie decía nada de lo que pasaba en Punta Ballena, ha decidido actuar. Más vale tarde que nunca, aunque solo la presión de los auténticos gobernantes de Mallorca ha hecho reaccionar a las supuestas autoridades.
Creo que tanto la tardanza en la reacción como sus motivos son criticables. Tardar décadas en reaccionar y hacerlo solo porque peligran las inversiones privadas de unos empresarios poderosos debe apuntarse en el debe del Govern, no en su haber.
Pero creo que todos estaremos dispuestos a pasar por alto esas críticas si la reacción es contundente, firme y definitiva. Una reacción que no consista en evitar felaciones múltiples en bares cutres sino que consista en algo mucho más profundo. Que consista en cambiar de raíz el modelo turístico implantado en la zona para, a partir de ahí, revisar todo el modelo turístico insular.
Bien está el sol y playa. Bien está el ocio nocturno, los bares, las copas… Fenomenal. Pero hace falta algo más.
Hace falta que los mismos que están de copas por la noche y van a la playa por la mañana sean capaces de encontrar alguno de los espectaculares restaurantes de Mallorca, o algunas de las múltiples excursiones o visitas culturales que se pueden hacer.
Hace falta que los turistas sepan que aquí tenemos muchas cosas que nos hacen ser lo que somos, para evitar que busquen aquí aquellas cosas que les hacen ser a ellos lo que son. Viajar a Mallorca para comer codillo es tan estúpido como viajar a Alemania y que te ofrezcan tumbet o frit de matances.
Hasta que los turistas no vengan aquí buscando lo que somos, no seremos diferentes a cualquier isla del mundo con buen clima y buenas playas. Y si somos iguales a cualquier otro sitio, determinados turistas vendrán aquí a hacer lo que en su país no pueden hacer: beber barato y desmadrarse, tanto vestidos como medio en bolas. Vendrán porque se lo ofrecemos.
Por eso, y a pesar de todo, si el mamading va a servir para remover conciencias y para poner en marcha inversiones serias y proyectos profundos de reconversión o de replanteamiento de lo que ofrecemos y lo que queremos ofrecer, parafraseando a Rick (ese sí que tenía un buen bar) debemos decir a voz en grito: ¡chúpala otra vez, Sam!