Vengo, de serie, con una visión netamente optimista sobre el mundo y su entorno. Ya, de nacimiento, me adherí firmemente a la célebre frase acuñada por el gran poeta asturiano Ramón María de las Mercedes Pérez de Campoamor y Campoosorio que reza: “Y es que en el mundo traidor/nada hay verdad ni mentira/todo es según el color/del cristal con que se mira”. Se trata del mejor ejemplo de relativismo que jamás se ha escrito y descrito; todo a la vez.
Pues bien, resulta que “mi color”, el que yo he utilizado siempre para “mirar” a mi alrededor es el fucsia que, de hecho, viene a ser un tono más espeso que el rosa. Se suele aplicar el calificativo rosa a todo aquello que representa optimismo; es justo lo contrario de lo que representa el negro, el color del duelo y de las desgracias, del pesimismo más destacado en el que la esperanza brilla por su ausencia.
Desde hace ya un tiempo -no sabría concretar con exactitud cuánto- mi cristal rosa se ha ido tiñendo hacia un matiz mucho más opaco, más oscuro, más tenebroso: al negro, vamos. Y esa evolución personal se ha ido acrecentando en todo aquello que se refiere a España, básicamente, en su aspecto político o de gobernanza.
Creo, estoy seguro, que las cosas públicas en España no marchan todo lo bien que debieran. Demasiados huecos, excesivos socavones, nubarrones amenazadores y, sobre todo, muchos deberes sin cumplir; tantos que da la impresión que la acumulación de conflictos en todas las áreas complica, y mucho, sus posibles soluciones. Hay una situación rota y los parches y remedos no están a la vuelta de la esquina. Se han ido dejando problemas en la cuneta y, en estos momentos, dichos problemas empiezan a oler a podredumbre; con los cuervos acechando.
Se quiera o no reconocer algunos de estos baches estatales, es evidente que la Monarquía ocupa uno de los lugares protagonistas. El llamado Rey emérito ha llenado las redes sociales con una película oscarizada: la jura de los Principios Fundamentales del Movimiento ante los Sagrados Evangelios en el marco incomparable de unas cortes franquistas a tope. Y ésto, esta exhibición de imágenes antiguas y caducas no hubiera tenido lugar si su comportamiento público hubiera sido un poquito más ejemplar. Su hijo, Felipe, tiene serios problemas de popularidad en lugares como Cataluña y, está por saber, si no estuvo enterado de los negocios de su padre; por aquello de la complicidad. De momento, el “profundo Estado” no permite ni comisiones de investigación ni, por supuesto, algún tipo de referéndum para valorar la conciencia del pueblo llano.
Otros problemas, para no agotar el tema, son el desastre de la caducidad (de dos años) de muchos miembros del Consejo General del Poder Judicial (el corazón de la jurisprudencia española), así como otros órganos tales como el Tribunal Constitucional, etc.
La judicialización de la política; o si lo prefieren, la politización de la justicia. Feo, muy feo este asunto. Da toda la impresión de que el verdadero timón político español lo manejan los jueces, de la mano de unos partidos políticos, algunos, que por no saber o no querer resolver los conflictos (que los hay; vaya si los hay) los mandan a los tribunales, que se convierten en los reyes del mambo.
Otros: el problema territorial, principalmente en Cataluña. Más de la mitad de los catalanes (entre un 75% y un 80%) demandan la posibilidad de realizar un referéndum de autodeterminación; sí, no solo son los independentistas puros y duros: hay más; hay otros. El Estado no tiene ninguna respuesta; ni se la espera. Poca imaginación.
En fin, hay muchos otros socavones que no he podido citar.