He venido observando un respetuoso silencio ante ciertas posiciones políticas de la izquierda balear. Eso sí, siempre y cuando no estuviesen en riesgo valores que estimo superiores como la libertad, la igualdad o la democracia misma. Valores que, por cierto, aunque se invoquen con frecuencia, no siempre son respetados en la práctica política del día a día.
Venimos asistiendo en los últimos tiempos a un fenómeno casi generalizado. Así lo describe Antonio Papell: ”La extrema derecha, a lomos del deterioro general de la política, acaba de cosechar resultados ascendentes en varios países de Europa, lo que siembra lógica inquietud en quienes defienden, a lo largo y ancho del continente, un constitucionalismo militante, es decir, dispuesto a combatir con la ley en la mano las propuestas políticas incompatibles con los valores del liberalismo parlamentario”.
La cuestión, en mi opinión, ha de centrarse, precisamente, en este punto: qué es lo que funciona tan mal para que la ciudadanía europea tienda a reaccionar y fijar (preferir) una orientación política en torno a fuerzas alejadas de la extrema izquierda o, si se prefiere, del ‘populismo ultra’ o de quienes, después de abandonar la ‘socialdemocracia’ se uncen, por mucho que se autoproclamen progresistas, al carro del autoritarismo más extremo. E incluso, ¿por qué no se respeta la expresión de esa voluntad popular, siempre cuando se mantenga en el marco constitucional?
En esta línea de reflexión, creo que habría de extremarse la prudencia a fin de no incurrir en calificaciones precipitadas y seguramente falsas. Como se ha recordado, “el problema que suscitan estos ascensos del populismo ultra se debe a su incompatibilidad radical con la ‘democracia militante’ (Ibidem). Aunque la izquierda, por su esgrimida, aunque inexistente, superioridad moral, considera que no le afecta, estimo que se debería dejar muy claro que también existe un ‘populismo ultra’ en cierta izquierda actual. Basta, al respecto, con mirar al espectro político del gobierno ‘Frankenstein’ en la España ‘sanchista’. ¿Por qué, entonces, la izquierda política y mediática no le aplican una valoración similar a la que dedican al ‘populismo ultra’ de derecha? ¡Sectarismo/doble vara de medir! No tendrán fácil negar que, al menos en España, la democracia con Sánchez ha mutado en autoritarismo puro y duro, no armonizable con la democracia.
El socialismo, después de la victoria de Aznar, por mayoría absoluta, en el año 2000, entra en profunda consternación. Sólo se les ocurre, para vencer a la derecha, alterar el habitual planteamiento político socialista (cf. González Quirós, TO). Esto es, aliarse con los nacionalismos periféricos, fueran o no de izquierda (Pacto del Tinell, 14.12.2003). En éste, se excluye todo acuerdo de gobernabilidad con el PP, tanto en la Generalitat como en el Estado. Y, en esas seguimos con Sánchez, hasta el momento presente. Cordón sanitario en toda regla.
No me gustan los cordones sanitarios. Son excluyentes y discriminatorios. Dividen y enfrentan. Envenenan la convivencia ciudadana. Llevan consigo desinformación y valoraciones exageradas para justificarse. Pueden, en ciertos casos, adulterar la voluntad popular. El pacto PP-Vox en Baleares, con una andadura turbulenta, respeta la voluntad popular, expresada en las urnas.
A la izquierda política, mediática y social, en Baleares, se le revuelven las tripas porque el PP pacte con Vox. Agitan el avispero, provocan revuelo y alboroto, manipulan al ciudadano, siembran división y enfrentamiento. Excusas de mal pagador. Están muy nerviosos. Se saben perdedores.
La última encuesta del IBES es muy elocuente: “Los sondeos publicados por este diario estos últimos días dibujan la posición ganadora del eje PP-Vox en Baleares” (Miquel Payeras, UH). Los ciudadanos parece que aún conservan la imagen inane y perdedora de Armengol y sus socios. No comulgan, en efecto, con ruedas de molino.
Gregorio Delgado del Río