Contra la mentira, revocatorio

Pablo Iglesias, líder mediático de la fuerza política emergente más criticada y temida de los últimos lustros, ha puesto encima de la mesa la figura del revocatorio como instrumento para poder dejar sin efecto una elección o nombramiento que se haya basado en unas promesas posteriormente incumplidas.

La figura no es nueva, pero si sería novedosa su aplicación, y entronca necesariamente con la consideración de que el vínculo que une a los partidos políticos con sus electores es de naturaleza obligacional.

Simplificando los términos, el mecanismo sería el siguiente:

Un partido político se presenta prometiendo una rebaja de impuestos para las rentas más bajas. La gente vota a favor de esa opción y ese partido recibe la responsabilidad de formar gobierno. Sin embargo, al llegar al mismo, lo que hace ese gobierno es subir los impuestos a las rentas más bajas a favor de los más poderosos.

Este ejemplo, que es tal cual lo que ha sucedido en España, provocaría que los ciudadanos tuvieran a su disposición la posibilidad de revocar el mandato representativo a favor de ese partido, provocando la convocatoria de elecciones anticipadas.

Esencialmente esta fórmula se desarrolla como una resolución obligacional del artículo 1124 del Código Civil. Ante una promesa, alguien obtiene una confianza en forma de voto. Rota la promesa, se tiene que poder revocar esa confianza y recuperar el poder que otorga el derecho de voto.

Más allá de la complejidad técnica que pueda tener esta propuesta, me parece a mí que cualquier modelo de refuerzo de nuestro sistema democrático debería contemplarla.

Es cierto que en la mayoría de ocasiones los ciudadanos votamos por afinidades personales, ideológicas, familiares… y que muy pocas veces tenemos referencias precisas del programa electoral de cada formación, sino que presuponemos que una determinada fuerza política defenderá “en términos generales” lo que nosotros defendemos, asumiendo espacios en blanco e incluso altos porcentajes de discrepancia.

Sin embargo, si queremos profundizar de verdad en un auténtico sistema democrático, no solo las instituciones deben ponerse al día. Nosotros también. No cabe democracia sin una ciudadanía informada, crítica y exigente.

Tan solo desde la información, la crítica y la exigencia la ciudadanía en su conjunto y cada ciudadano como individuo se convierte en un sujeto político en el sentido clásico del término. Votar cada cuatro años no es democracia. Votar por inercia no es democracia. O al menos no es una democracia de calidad.

Y el primer paso para mejorar nuestro sistema, además de incorporar nuevas fórmulas de participación política, es exigir a todos los partidos que sean claros y transparentes con sus propuestas. Y que lo sean no solo de cara a unas elecciones sino también de cara a toda cuanta propuesta se haga en las cámaras de representación.

Qué van a hacer, cómo lo van a hacer, cuándo creen que lo van a hacer, para qué… son preguntas que cualquier estudiante de periodismo exigiría a su entrevistado.

Sin embargo, los ciudadanos o bien no hacemos esas preguntas o bien esas respuestas nos son hurtadas.

No hay nada más estúpido que los actuales programas electorales. Vaguedades, inconsistencias, frases huecas, lugares comunes, ausencia de concreción… Y ante tal esquelético ejercicio literario, además, la consecuencia de su incumplimiento es ninguna.

El Partido Popular prometió una serie de cosas que ha incumplido de manera descarada. Pero por desgracia no han sido los únicos. Se promete sin ton ni son, en discursos plagados de brindis al sol, en soflamas y manifiestos preparados para acumular titulares, aplausos y votos confiados.

Y una vez investido del poder, llega la realidad, las rebajas, la letra pequeña, la culpa ajena y la miseria propia. Llega la estafa política y el digodieguismo. Y el ciudadano burlado tiene las manos atadas hasta la próxima representación.

Por eso el revocatorio merece ser estudiado. Vale la pena establecer qué grado de incumplimiento estamos dispuestos a tolerar de un gobernante antes de sacarlo a golpe de voto de su cargo.

Es una buena idea, pero que requerirá que todos estemos informados y prestos a exigir a los partidos propuestas realistas, realizables, sinceras y a la cara.

No sé ustedes, pero yo siempre votaría a alguien sincero que me dijera la verdad por dura que fuera que a un embaucador vendepeines que no dude en traicionarme en cuanto haya confiado en él.

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