Cuando la violencia se persigue hasta el final

Es muy probable que usted se acuerde de las recientes manifestaciones que tuvieron lugar en Londres, contra la subida de las tasas universitarias. En una de estas protestas, un grupo de jóvenes entró en la sede del partido conservador, subió al tejado y desde allí lanzaron diversos objetos a los policías que luchaban en la calle para limitar los daños al edificio. En esa situación un joven, Edward Woollard, de 18 años, arrojó un extintor desde unos ocho pisos, sin causar daños a nadie porque, afortunadamente, el extintor cayó apenas a un metro de unos policías. Pues bien, este joven acaba de ser condenado a dos años y ocho meses de prisión después de que fuera identificado por la policía a partir de los numerosos vídeos. ¿Ustedes se acuerdan de algún manifestante violento que en este país, tras haber hecho una barbaridad, fuera condenado? ¿Se acuerdan de El Cojo Manteca, que se convirtió en un símbolo nacional pero que, por supuesto, nunca tuvo que entrar en prisión por sus protestas violentas? ¿Recuerda alguien a un sindicalista que agrede a alguien que no quiere ir a la huelga haber ido a prisión por no respetar el derecho al trabajo, tan reconocido como el derecho a la huelga?

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