Cuando querer aprender se convierte en un problema

No hace mucho tiempo, en una carta al director de un periódico local, un padre explicaba que en el aula de su hijo hay un estudiante conflictivo que con su conducta impedía a sus compañeros aprovechar correctamente las enseñanzas. Hice un comentario sobre el tema y, para mi sorpresa, todos los lectores se centraron en el derecho de este chico problemático a interrumpir las clases; todo el mundo atendía fundamentalmente a las circunstancias de este joven conflictivo. Me quedé estupefacto porque, seguramente de forma desafortunada, yo pretendía llamar la atención sobre el derecho de los demás estudiantes a tener unas clases como tocan, sin interrupciones y con continuidad y, sin embargo, centré la atención donde no quería. Recuerdo haber comparado la situación con la que se produciría en un cine si un espectador con una tos desmesurada impidiera a los demás ver la película y sugería que, en ese caso, habría que pedir al afectado que salga de la sala hasta que se mejore. Tras el informe Pisa 2009, contestado por el Govern con un silencio estridente, creo que podemos resucitar aquellas reflexiones para aportar algunas sugerencias. Con mucha probabilidad, en la tendencia tan nuestra a concentrarnos en las 'ovejas descarriadas', descuidando los derechos de la mayoría, reside uno de los males de nuestro sistema educativo. Dedicamos tantos esfuerzos a esas minorías, que nos olvidamos de que la mayoría de los estudiantes quiere aprender; atendemos tanto esas conductas pintorescas que, al final, hemos llegado a la paradoja de minorizar al que simplemente quiere estudiar, enriquecerse y mejorar. No estoy hablando de oídas: hay centros donde el número de personas dedicadas a atender a estos jóvenes conflictivos es superior al de quienes se dedica a los que podríamos llamar como 'normales'. Hay tantos enlaces, asistentes, mediadores, psicólogos, apoyos, servicios 'ad hoc' y no sé cuántas otras figuras para los casos especiales que quedamos agotados para después atender a los otros, a la gran mayoría. Muchos de estos jóvenes conflictivos necesitan de verdad un tratamiento especial, por supuesto; sólo un mal nacido rechazaría atender casos de estudiantes con problemáticas complejas. Pero cuando el régimen que creamos para estos jóvenes se convierte en un verdadero 'chollo', cuando resulta más rentable y cómodo ser conflictivo que normal, entonces aquellos se reproducen y multiplican exponencialmente. Al final, todo el mundo es especial, todo el mundo tiene derecho a armar follón, todo el mundo tiene una enfermedad de difícil catalogación. Y como el sistema es tonto, porque nadie hace otra cosa que leer las disposiciones de la conselleria y no se atreve a aplicar el sentido común no sea cosa que lo sancionen, al final hemos hecho un monstruo en el que el 'normal' queda relegado, ridiculizado, marginado. La raíz más profunda de todo este lío está en que las normas se acuerdan por parte de personas alejadas de la realidad. Sí, lo que legislan es teóricamente correcto, pero es que hay casos conflictivos y casos conflictivos. Hay gente con problemas y hay mucho cuento. Y eso sólo lo pueden discernir quienes están sobre el terreno, precisamente quienes han sido tan ninguneados que no tienen poder para nada, más que para ver, oír, ruborizarse, callar y esperar que pase otro trienio. Lo mejor que podría hacer el Govern es dar libertad a los centros para organizarse, ceder todo el poder a cada instituto y disolver esta estupidez de Observatorio para la Convivencia y el Éxito Escolar. Estos funcionarios, a dar clases. Así, empezaríamos a poner algo de orden en este despropósito dirigido por gente tan mediocre e inútil que han propiciado este estropicio sin siquiera darse cuenta.

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