Cuenta atrás hacia las estrellas

Hace unos días ha muerto Jack King, que fue director de información de la NASA para los proyectos de vuelos tripulados Mercury, Geminis y Apolo y conocido sobre todo por la icónica locución de la cuenta atrás del lanzamiento de la misión Apolo XI, que colocó por primera vez a dos seres humanos sobre un cuerpo espacial distinto de la Tierra, con la llegada de Neil Amstrong y Buzz Aldrin a la Luna y que le valió el sobrenombre de “Voz del Apolo”.

La misión Apolo XI supuso la culminación de la década prodigiosa de la exploración espacial, que va desde octubre de 1957, fecha en que la Unión Soviética lanzó el Sputnik I, el primer satélite artificial puesto en órbita por la humanidad, hasta julio de 1969, en que los mencionados tripulantes de la Apolo XI pisaron por primera vez la superficie de nuestra acompañante cósmica, el cuerpo celeste más próximo y conocido. Entre ambas fechas, unas decenas de misiones por ambas partes, URSS y EEUU, primero con un solo cosmonauta, luego con dos, luego con tres; los primeros paseos espaciales, los primeros acoplamientos y también los primeros accidentes y los primeros mártires. Una vez que Estados Unidos tomó la delantera, la Unión Soviética, con graves problemas para seguir la escalada armamentística que imponía la guerra fría y tras la muerte en 1966 del gran director, líder e impulsor de su programa espacial, Serguei Koroliov, abandonó los planes de misiones tripuladas a la Luna e inició su programa de estación espacial permanente, la Mir, con estancias largas de los cosmonautas.

Estados Unidos tampoco tardó en abandonar la idea de enviar personas a otros cuerpos espaciales. Tras la Apolo 11, solo hubo otras seis misiones con destino a la Luna, de las que solo cinco desembarcaron en ella, ya que la Apolo 13 tuvo los problemas sobradamente conocidos que impidieron su alunizaje y casi impiden el retorno de la nave, lo que habría supuesto la muerte de los cosmonautas. En diciembre de 1972, los astronautas de la Apolo 17 fueron los últimos en poner su pie en la Luna. En total, solo 12 privilegiados han paseado por un astro distinto del nuestro de origen. Después también Estados Unidos inició un programa de estación espacial permanente, la Skylab, que finalmente se acopló con la Mir e inició una colaboración soviético-americana que, en último término, dio lugar a la Estación Espacial Internacional (ESI), en la que participan las agencias espaciales estadounidense, rusa, europea, canadiense y japonesa y a la que se envían tripulantes de esos países y también de terceros, como India, Israel, Corea del Sur y otros.

Pero, debido a la crisis económica y a un estado de opinión internacional reticente a la exploración espacial, los programas han sufrido un gran frenazo. Los planes que en un momento determinado contemplaban misiones tripuladas a Marte sobre el 2025, fueron abandonados hace años. De hecho, en estos momentos, Estados Unidos, tras la finalización del programa de transbordadores espaciales, no dispone de naves para enviar cosmonautas a la ESI y todos los lanzamientos se realizan con naves rusas desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajstán, en el Asia central.

El único país que tiene un programa propio de misiones tripuladas es China, que asumiendo su nuevo papel de superpotencia global, está desarrollando una estación espacial propia, la Tiangong (palacio celestial), que debe estar operativa en 2020, año en que está previsto el fin de la ESI, y también el proyecto de poner un astronauta sobre la superficie de la Luna en 2025. De hecho, China, que ahora lanza sus vuelos desde el cosmódromo de Juquan, en el desierto de Gobi, está construyendo una nueva estación espacial en la isla de Hainan, sobre una antigua base de lanzamiento de vuelos suborbitales, que será el cosmódromo de Wengchang, desde el que partirán hacia la Luna las naves Shenzhou, propulsadas por versiones mejoradas de los cohetes Larga Marcha 3A.

Los detractores de la exploración espacial arguyen que las dificultades la hacen prácticamente imposible. El espacio exterior es un lugar hostil para la vida. El nivel de radiación es enorme y no hay protección contra el viento solar, la ausencia de gravedad es muy perjudicial para el cuerpo humano, no hay un solo planeta ni satélite en el sistema solar que disponga de atmósfera respirable, y solo en algunos hay agua. Establecer colonias requeriría de un gasto enorme de recursos para construir domos protegidos de ambiente interior habitable controlado y las condiciones de vida serían precarias y el retorno sería problemático si no imposible.

Todo ello es cierto y sin embargo, nuestro futuro como especie depende de que seamos capaces, por muy imposible que parezca ahora, de extendernos por el sistema solar y más allá, hasta las estrellas. La Tierra tiene sus días contados. Debido a la evolución natural interna del Sol, nuestra estrella será cada vez más luminosa y brillante y, como consecuencia, la cantidad de calor y radiación que recibiremos será cada vez mayor. En unos 300 a 500 millones de años el planeta será inhabitable y prácticamente toda la vida desaparecerá. Después, en unos cinco mil millones de años más, cuando el sol se transforme en una gigante roja, el planeta probablemente será vaporizado por su expansión, pero toda la vida habrá desaparecido mucho antes.

Así que, en el muy improbable caso de que no nos hayamos extinguido, llegará un momento en que tendremos que irnos. Somos la única especie terrestre que tiene  capacidad para abandonar el planeta y salvarnos del final de la vida en el mismo, pero también somos la única especie capaz de provocar nuestra propia extinción. Si hemos de tener un futuro, deberemos empezar a frenar la destrucción acelerada del medio ambiente a la que nos estamos aplicando con tanto empeño digno de mejor causa. Si seguimos como hasta ahora, no importará la exploración espacial, porque nos habremos suicidado mucho antes. Si recuperamos la cordura y nos autoconcedemos un futuro, entonces deberemos empezar a considerar que nuestro destino son las estrellas.

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