Todos hemos cometido errores. Me gusta comenzar así mi primera columna del año, con una primicia. Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. En torno a esta idea bíblica tan novedosa al presidente del Gobierno le escribieron una parte de su último discurso. La plática de Sánchez para cerrar 2020 fue un ejercicio de autobombo de duración castrista. Como era de esperar dadas las comparencias previas, tuvo un aire megalómano acorde con su personalidad. Hasta aquí ninguna sorpresa.
Sucede que en un país que ha enterrado en un año a 70.000 personas por culpa de una pandemia, calificar tu propia gestión de gobierno como “muy sobresaliente” es una obscenidad sin parangón en ningún país desarrollado del mundo. Nadie se ha atrevido a tanto, ni siquiera gobernantes que con sus decisiones lograron mantener la situación sanitaria y económica de sus países en niveles infinitamente mejores que los de España. Aunque la gestión de Sánchez hubiera sido brillante, proclamarlo así sería inapropiado por respeto a las víctimas y a sus familias. Siendo como ha sido un dislate, esa calificación es inmoral.
Quiero decir que Sánchez es inmoral, y en mi opinión el profesional a sueldo que le ha escrito eso también, porque traspasa el mínimo deontólogico exigible en un régimen de opinión pública. Sánchez es inmoral. No es inmoral el gobierno que preside, ni el partido político que le apoya, ni por supuesto el colectivo de sus votantes. Antes de abandonar el Ministerio de Sanidad, el filósofo Illa debería explicar a su jefe que la moral es una cuestión individual y desinteresada. O sea, exactamente lo contrario que la política, que es un asunto colectivo y que persigue un interés. Un requisito que debe cumplir la actuación individual de un político para que se pueda calificar como moral es que persiga el interés colectivo. Justamente por eso opino que Sánchez es un político inmoral, porque toma decisiones, o deja de tomarlas, en función de su propio interés. Si su interés coincide con el interés general, fantástico. Si no es así, al día siguiente vuelve a tirar los dados, a ver si los demás tenemos más suerte.
En esa misma línea, otro ilustre pensador con cartera de ministro, José Luis Abalos, ha dicho para justificar los indultos a los políticos catalanes condenados por dar un golpe de estado que “el gobierno tiene la obligación moral de aliviar tensiones”. El Gobierno no tiene ninguna obligación moral, en todo caso las tienen sus miembros. pero uno escucha la expresión “aliviar tensiones” en boca de Abalos y no puede evitar pensar en las necesidades de Torrente en alguna de sus películas.
Aunque la propaganda indecente de Sánchez tiene algo de masturbación política, su estrategia de apaciguamiento en Cataluña es impúdica porque confunde a sabiendas dos conceptos: el error y el delito. Todos hemos cometido errores, dice Pedro. En su caso quizá se refiera al apoyo a la decisión de Rajoy de aplicar el 155 para intervenir la comunidad autónoma y convocar en tres meses unas elecciones, justo lo que no hizo él tras su moción de censura. En el caso de los políticos independentistas, puede que Sánchez crea que fue un error de cálculo pensar que la Unión Europea apoyaría, o miraría hacia otra parte, ante un proceso de secesión unilateral dentro de un estado miembro. Pero saltarse las resoluciones judiciales, celebrar un referéndum ilegal y convocar a las masas para cercar por la fuerza edificios públicos no son solo errores, como el tiempo ha demostrado. Son delitos.
Para que el delito se aproxime a la condición de error precisa de un requisito indispensable según la Ley: el arrepentimiento. Superado el alegre Good Bye Spain, el nuevo mantra de estos delincuentes no deja ningún margen para el buenismo interesado de Sánchez: Ho tornarem a fer, dicen. Y por si acaso no se entiende escriben un libro desde la cárcel para explicarse mejor. Por eso provoca sonrojo escuchar a Abalos hablar como una masajista china, cuando el Gobierno al que pertenece ha hecho de la confrontación social su principal estrategia para llegar al poder y mantenerse en él.
Pero seamos optimistas. La palabra de Sánchez tiene el mismo valor que la vacuna de Pfizer almacenada en una sauna encendida. Hoy masajea al electorado nacionalista catalán menos radical para pescar unos votos. Si le va bien, o si le va mal -en realidad da igual- mañana dirá que los jueces franquistas le han tumbado su indulto ilegal. Y vuelta Kárate Sánchid al combate por su supervivencia: dar cera, pulir cera. Crear tensiones, aliviar tensiones.