Nunca ha entendido el empecinamiento de las obtusas mentes que rigen los destinos del Mallorca por hacer ufanamente público el número de abonados cada temporada. Están contentísimos de haber alcanzado los seis mil, la mitad de la temporada pasada según cifras oficiales y de acuerdo con la categoría que ocupan a partir de este segundo semestre del año, cuando en Murcia, también de Segunda B, han superado los siete mil y en Leganés, ciudad dormitorio de la capital del Estado, ya rondan los diez mil. Pero pasemos por alto las comparaciones y prestemos atención a lo verdaderamente importante.
Lo que hay que ver es cuántos de estos seis mil, más que los que se inscriban de aquí al comienzo de la liga, se citan en las gradas de Son Moix. Si nos basamos en los porcentajes de la campaña anterior, el club se situaba en la trigésimo quinta posición de los cuarenta y dos equipos de la Liga de Fútbol Profesional por lo que se refiere a datos de asistencia, es decir que si solamente fueran socios, apenas hubieran acudido el sesenta por cien de los mismos, unos ocho mil. Y eso es lo que realmente cuenta porque, si se mantiene la proporción, las gradas no acogerán a mucho más de cuatro mil almas, que tal como va el club ya es un verdadero milagro.
Ni este dato, ni la cantidad de seguidores en Instagram u otras redes sociales indican nada, de ahí la inutilidad de facilitar estos números sobre todo cuando los que realmente interesan al mallorquinismo no son los que se publican, sino los que se ocultan. Bastante celosamente por cierto.





