Hemos lamentado en numerosas ocasiones que los grandes empresarios mallorquines no se hayan interesado casi nunca en el Mallorca. No será porque algunos de ellos no son mallorquinistas, desde Gabriel Escarrer o Miquel Fluxá, por no hablar de José Hidalgo, nacido en Salamanca pero empresarialmente mallorquín, y algunos más. El pasado ejemplo de Jaume Rosselló, vituperado pese a subir al equipo a primera división pronto hará 60 años, los fiascos y reveses más recientes sufridos por Vicenç Grande o Tolo Cursach, la decepción a principios de los 90 de Gabriel Barceló o la campaña salvaje sufrido por el hoy triunfador Serra Ferrer, no animan a nadie a dar ese paso. De hecho han sido mejor tratadas gentes llegadas desde el otro lado del charco, como Antonio Asensio Pizarro, alevosamente Utz Claassen, una vergüenza para cualquiera que respire un mínimo de sentimiento bermellón, o ahora Robert Sarver aunque aun no haya aportado absolutamente nada desde su desembarco.
No podemos ignorar el vuelco que el fútbol ha dado desde la reconversión de los clubs en sociedades anónimas deportivas y el aterrizaje de fondos de inversión sin demasiados escrúpulos. Pero desvincular estas entidades, históricas en la mayoría de los casos, de sus raíces más cercanas y profundas, será a la larga un gran error. Madrid, Barcelona, Athletic y Osasuna acertaron al no renunciar a su condición social, más allá de que una reglamentación injusta y obsoleta les permita competir con el resto en desigualdad de condiciones. Pero sin dejar de lado nuestro propio ejemplo, la aparición de un nuevo Contestí revitalizaría ese entorno que genera actualmente una escasa ilusión y un falso entusiasmo ligado al resultado sea en la categoría que sea.
Difícil, por no decir imposible, en los tiempos que corren y mucho más con el riesgo de que un hipotético valiente recibiera de nuevo más palos que agradecimientos.
