El portaaviones General Ford ya llena la bahía de Palma con su silueta. Es impresionante. Más impresionante es su capacidad de defensa y de ataque. Es un barco de guerra. De los de verdad. De los que defienden sus intereses y los de sus socios, y de los que atacan contra un enemigo que ataque sus intereses. Incluso, para defender los intereses de sus socios. Los más veteranos recordarán cuando Palma era uno de los puertos del Mediterráneo que recibía los días de descanso de los buques de la VIª Flota. Eran una entrada de dinero, cada cinco o seis meses, según la situación geoestratégica de los países del Mediterráneo. Primero llegaban las prostitutas del puerto de Barcelona, conocidas como las gaviotas, para acordar habitaciones en la puerta de San Antonio. Los bares de comidas empezaban a llenar la bodega con cervezas y kilos de hamburguesas. Todas las callejuelas de la zona se preparaban para la llegada de los dólares que los permitían seguir manteniendo el negocio para los residentes y los foravileros que bajaban a Palma los sábados para hacer mercado. Los comerciantes de la poca contaban el chisme que decía que: En el cielo manda Dios, y en la tierra, los gitanos, y en la puerta de San Antonio mandan los americanos. Los últimos en sumarse a la vorágine de la llegada de los barcos y portaaviones eran los taxistas. Había de dos tipos. Unos que ofrecían excursión de un día a los lugares más emblemáticos, más vírgenes y más alejados de la ciudad. Cobraban lo que estaba estipulado y se pasaban el día con los oficiales de la marinería, que eran los que elegían las excursiones. Los otros ofrecían a los marines marihuana y hachís y los llevaban a las casas de putas de la Porta de Sant Antoni, o hasta los bares más americanizados, el Winston y el Kansas. La marinera se paseaba por la ciudad, o se dedicaba a ayudar a los ayuntamientos de la isla en obras menores. A Pòrtol, mi pueblo, vinieron varias veces a pintar las paredes de la escuela pública. Trabajaron gratis en la reparación de los muros del monasterio de Randa y sus helicópteros llevaron materiales hasta el castillo de Alaró. Eran donantes de sangre. Se cuenta que cuando llegaba un portaaviones, los marines dejaban 1000 litros de sangre. También repartían leche en polvo, un producto muy demandado por los residentes, que aún no tenían este tipo de leche en los mercados. Las discotecas, como Barbarela o Sargent Pepper’s, se llenaban de marines que buscaban una copa o dos y escuchar las canciones de su país que se bailaban en Palma. Recuerdo ver a un marine en la discoteca Clan, des Jonquet, en la pista de baile llorando al cantar Georgia on My Mind, de Ray Charles. La historia de la Plaza Gomila cuenta que el Joe’s, el bar de los Dry Martini, se hizo famoso al aprender cómo lo tomaban los marines. El beneficio económico y social que dejaban los marines y oficiales de la VIª Flota, pasó a la historia cuando la izquierda palmesana: el Partido Comunista, el PSOE y el PSM, animaron manifestaciones en contra de la presencia de los barcos de la Flota en el puerto de Palma. Luego vino el 11-S y la autoridad portuaria no pudo garantizar la seguridad de los buques de guerra en nuestra bahía y, al final, tanto rechazo político de la izquierda provocó que estos buques dejaran de elegir Palma como el puerto de descanso de la marinería. Con su ausencia, el alcalde de Palma, Joan Fageda, inició el cambio necesario para que el barrio chino se convirtiese en el actual barri de sa Gerrería.
De una Flota que ayudó a la economía y la sociedad de Palma, a la otra, la flotilla, que también está relacionada con la ciudad. Palmesanos, mallorquines y residentes en las Baleares han navegado hasta Gaza para pedir que termine la barbarie de la guerra. Por eso, yo les aplaudo. Lástima que no sea verdad. Lo que parece ser es que la flotilla ha sido un viaje a ninguna parte, como el de Itaca, que ha conseguido que toda la izquierda mundial acuse a Israel de matar, asesinar, y torturar a niños, mujeres, ancianos y terroristas de Hamás. Ahora están detenidos en una cárcel de Israel. Todos debemos pedir que sean liberados. Yo lo pido. Pero cuando vuelvan a España y les contraten cada día y a todas las horas por contar su odisea en las televisiones que paga el PSOE, yo anuncio que cambiaré de canal, como hago cuando salen los programas que cuentan la vida íntima y privada de los famosos, ricos y empresarios. Ya me basta releer a Homero o a Saturnino Calleja para saber de tonterías y de mentiras.