Le creía conocer, incluso sentía cierta admiración por la entereza e integridad que representaba. Es fácil recordarle enfrentado con Celia Villalobos por los aledaños del ministerio o con Aina Salom en plena plaza Mayor, colaborando a principios de siglo con el incombustible Rodríguez en Son Pacs, catequizando junto a su leal Marisa por la Bonanova o rivalizando con Rafa Durán por ser el delfín de la primera alcaldesa de Palma.
Javier Rodrigo de Santos López estaba llamado a ser un referente de la política local, que había identificado el líder a quien respetar por encima del resto y del que casi nunca obtuvo lo que le pidió. A cambio, el recién investido presidente, no le agradeció siquiera los servicios prestados y en lugar de darle cualquiera de las dos carteras que le había solicitado, le ubicó junto a la pupila de Cañellas, para que “l’amo en Biel” no siguiera considerando el viejo Avenidas Center su segundo domicilio.
Los habituales encuentros con Eduardo Inda no fueron el único motivo por los que El Mundo jamás le marcó con una flecha abajo, ni la profunda religiosidad el único síntoma de su solvencia moral. Una superioridad tal, que siquiera se cuestionaron los motivos por los que se ausentó del pleno de Cort cuando su grupo reprobó a un concejal comunista, con mansión en Sencelles. Tanta era su inflexibilidad con los turbios recovecos del urbanismo, que no cejó en oponerse a los manejos de sus socios de gobierno, siendo relegado al último puesto en la candidatura municipal de 2007. Todo un rosario de precedentes sin mácula que costó creerse, aquel domingo de invierno, el scoop publicado por el rotativo del grupo Serra, la imagen de su perfil desnudo prolongando la tortuosa raya que nunca debió haber cruzado. De ahí a la humillación, el escarnio y la befa, pasando por el estupor generalizado.
Aunque el artífice de la instantánea no fue quien todo el mundo creyó sospechoso, fue el hilo de un prolongado ovillo, con ramificaciones sórdidas, que le envolvió hasta costarle la prolífica familia, el sagrado trabajo y la mayoría de amigos. Su promiscuidad y ortodoxia eran, siguen siendo, el paradigma del doble rasero con el que dan la cara las monedas.
Nunca se logró descifrar porqué prefirió pedirle dinero a su conductor habitual o trató de explicar, como si fueran donaciones al Proyecto Hombre, los más de cincuenta mil euros que cargó en la tarjeta de la EMOP, sin hacer uso de los sobres que sabían de memoria el camino hacia su mesa. Es posible que tampoco sepamos las razones por las que ahora ha recuperado la memoria, congelada varios años en el gélido presidio burgalés. Sobre todo porque recuerda bien lo que decían los demás o creía entender, pero sin haber visto o participado en nada de lo que han afirmado los periódicos y algunas emisoras del país. Aunque el rencor y el desprecio son motores infalibles de la venganza, su inteligencia de funcionario del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado no podía ignorar que sus veladas sospechas se iban a volver contra todos los que no le dieron la espalda e iba a enfangar, aún más, la enseña del partido cuya campaña en 2003 coordinó con Mabel Cabrer, a la que convirtió poco después en su enemiga.
Son translúcidos los muchos episodios de una vida azarosa, tanto como las razones íntimas del cambio de sentido en las palas de su ventilador. Sobre todo porque la regeneración del personaje ha sido instantánea para los que desean emplear, como arma electoral, unos comentarios carentes de prueba. Quizá sea sólo un delirio que le identifica con aquel Cid Campeador con el que comparte nombre de pila, para pasar a la leyenda porque ha ganado otra batalla después de muerto, pero sería deseable que sus antecedentes en la falsificación de la realidad aparente no le impidan aportar ahora los elementos que ayuden a esclarecer un episodio opaco de nuestra historia, que no se hubiera podido escribir sin tenerle en cuenta.





