Dicen que los criminales suelen regresar siempre al lugar de crimen, aunque en este caso sería el del suicidio. Allí, en Anduva y frente al Mirandés, el Mallorca certificó su defunción en una tarde ominosa contra un anfitrión que ya había descendido. No fue capaz o no quiso ganar. Ahora tendrá que pisar el mismo escenario para recuperar lo que allí se dejó o, mejor dicho, regaló.
No se puede decir mucho del equipo que, como entonces, sigue dirigiendo Pablo Alfaro, aquel defensa central del Sevilla duro donde los hubiere que se hizo médico y ejerce de entrenador. Con él se quedaron algunos jugadores, no muchos, como Rúper, Kijera y alguno más. Su trayectoria en la fase regular de la temporada ha sido muy parecida a la de los discípulos de Vicente Moreno, una primera vuelta espectacular y un 2018 bastante más vulgar. Por sus números parece un rival muy a tener en cuenta en sus desplazamientos, en los que encaja pocos goles –ha sido el segundo visitante menos goleado de su grupo después de la Real Sociedad B- pero no tanto en funciones de local ya que se abre con excesiva facilidad en su afán de buscar el ataque, pese a que nueve de sus competidores han marcado en casa más que ellos.
Carece de individualidades, porque priva su juego de conjunto; un bloque que cuenta como estilete a un veterano como el ovetense Diego Cervero, un oportunista con un modo de juego similar al de otro histórico, Nino, hoy en las filas del Elche, por establecer algún tipo de comparación por odiosa que sea.