Intente explicarle a alguien lejano, preferentemente de un país extraño, que hay una ciudad que hace sólo quince meses inauguraba una calle peatonal. Dígale cómo quedó la calle: nueva iluminación, nuevo adoquinado, nuevos bancos, nuevo carril para bicicletas, etcétera. Explíquele que prácticamente nadie protestó o, al menos, lo hizo con suficiente constancia como para llamar la atención. Añádale que, en la calle en cuestión, poco a poco ha ido apareciendo una oferta de bares y restaurantes antes inexistente. Y dígale que después, a los 15 meses, una parte de la calzada peatonal se abre al tráfico de coches. ¿Coches por los adoquines peatonales? Sí, tal cual. Calles para peatones usadas por coches. Si su interlocutor no le entiende, no se sorprenda. Es que esto no se entiende. Ni siquiera el cambio político en el ayuntamiento de Palma, la ciudad en cuestión, explica este bandazo, por varios motivos: primero porque ahí se enterró un dinero importante; segundo, porque los ejes peatonales son necesarios en una ciudad actual, sobre todo como Palma, donde apenas hay posibilidades de pasear; tercero, porque nadie, excepto algunos comerciantes -especialmente uno, que obviamente está entre Antonio Marqués y Tiziano- han pedido que el coche vuelva a circular y, sobre todo, muy especialmente, por una cuarta razón: iniciar el mandato acabando con esta peatonalización trasmite la idea de que lo más urgente es deshacer lo que hizo la anterior alcaldesa, lo poco que se hizo en el pasado mandato. Esto, incluso en el supuesto de que se tenga razón, no genera adhesiones sino más bien repulsa. A nadie le gusta un ayuntamiento que lo primero que tiene que hacer es deshacer lo hecho. ¿Responde Blanquerna a un orden de prioridades? Me consta que no, pero no es eso lo que se trasmite.
