Deseos y deseo

Desear implica anhelar, querer, ilusionarse por alguien o por algo. Todos somos portadores de forma innata de ese don que condiciona nuestra existencia.

La vida nos ofrece infinidad de momentos, circunstancias, situaciones, sujetos y objetos que nos proporcionan felicidad, placer o bienestar. Simplemente se trata de desearlo y proyectarse hacia lo deseado para a menudo conseguirlo.

Pero debe haber esa ilusión y voluntad (del deseo) para que el mecanismo funcione. Es lo mismo que disponer de un frondoso manzano con sus frutos en su óptima madurez para ser cogidos y desear arrancarlos del árbol y disfrutar de tan sencillo y exquisito manjar.

La vida sin deseos se antoja aburrida y vacía como un circo sin magia. Pero a su vez el deseo entraña sus riesgos. Un exceso de deseos o unos deseos mal encauzados pueden arrastrarnos a una ambición desmedida y a la codicia. En una sociedad tan consumista como la nuestra no es difícil sucumbir a absurdas e innecesarias tentaciones. Recibimos vía múltiples canales un bombardeo constante de publicidad en la que de forma sagaz se nos intenta generar una falsa necesidad para adquirir productos u objetos que no necesitamos. La misma superficial y competitiva sociedad empuja al mundo a lucir el vehículo más nuevo, el barco más grande o el viaje más largo y caro. Puede suponer la entrada en una espiral que no tiene fin. No ser dueño de uno mismo para ser esclavo de lo poseído y del mismo sistema que con astucia nos lo ha colado.

A su vez el deseo conlleva otro peligro ineludible. Cuando se logra lo deseado, el deseo desaparece. Cuantas veces hemos deseado algo con ímpetu y frenesí, y una vez alcanzado el objetivo olvidarlo sin mayor dilación. Una vez conseguido el objeto de nuestro deseo, el anhelo y la ilusión se diluyen igual que desaparece un puño cuando abre la mano.

Querido lector, cuántas veces hemos deseado a un hombre, a una mujer, que nos ha fascinado desde el primer instante que conocimos; seres a los que les prestamos una atención desmedida a lo largo de días y noches, que consideramos idílicos compañeros de cama y de viaje, personas que nos parecen fascinantes especiales.Y una vez intimado lo suficiente como para conocerlos algo, todo el frenético deseo se evapora como una nube.

El deseo es necesario pero también efímero como casi todo.

A todos mis queridos lectores, mis mejores deseos.

 

 

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