En Glasgow, Escocia, coinciden estos días los principales líderes del mundo en la COP26, la conferencia liderada por Naciones Unidas para abordar el cambio climático y que muchos consideran como la última cumbre con oportunidades reales de limitar a 1,5 grados centígrados el calentamiento global y salvar el planeta de graves consecuencias ambientales, sociales y humanas.
Uno de los aspectos sobre los que los expertos en la materia llevan poniendo el foco desde hace tiempo es el referente a la producción agroalimentaria y nuestros hábitos alimenticios, que suponen el 30 % del total de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales y el 70% del uso de agua dulce del planeta. Los investigadores piden nada menos que una “nueva revolución agrícola mundial».
Esta revolución debería llegar con una descarbonización de la producción agrícola mediante la eliminación del uso de combustibles fósiles, mientras que la expansión de tierras agrícolas debería ser igual a cero. Serían necesarias mejoras drásticas en la eficiencia de los fertilizantes y el uso del agua, el reciclaje de fósforo, cambios en la gestión de los cultivos y del pienso, además de reducir a la mitad el desperdicio de comida.
Así surge lo que la ONU denomina dieta planetaria o ‘flexitariana’, denominación que es el resultado de combinar la palabra "flexible" con “vegetariana”, y que busca reducir la contribución del sistema agroalimentario al cambio climático y, a la vez, mejorar la salud de las personas.
¿Y en qué consiste esta dieta sostenible con el planeta? Pues básicamente en la reducción drástica del consumo de carne, pescado y productos procesados, y el aumento de la ingesta de frutas, verduras, frutos secos y legumbres, y pequeñas porciones de carne y lácteos. También se consume mucho grano entero: arroz, trigo, maíz… La dieta de la ONU recomienda el consumo de 2.500 kcal/día.
Para que se hagan una idea, el consumo de alimentos como la carne roja y el azúcar debería reducirse más del 50%. Una dieta sana y sostenible supone 300 gramos de carne a la semana, sumando la roja y la de ave. En España, consumimos más de 250 gramos al día. Si la propuesta de la ONU prospera, vayan despidiéndose de la barbacoa familiar de cada fin de semana o de las patatas fritas, también en la lista de alimentos ‘malditos’, o de las pizzas como las conocemos hasta ahora. Lo sustituimos por unas verduras a la plancha y unos frutos secos y así colaboramos con la sostenibilidad del planeta.
Vayan despidiéndose incluso del chocolate, porque al ser un producto importado, también se penaliza y se desaconseja su consumo, para ser sustituido por un producto de Km 0 como, en nuestro caso, la algarroba, que está muy buena, pero convendrán conmigo que no es lo mismo.
Es evidente que combatir y frenar el calentamiento global del planeta debe ser una empresa en la que participemos todos. Debemos hacerlo por nosotros, pero sobre todo por las generaciones futuras, que tienen el mismo derecho a poder disfrutar de un planeta reconocible. Así que, si hay que sacrificar alguna parrillada y mejorar nuestros hábitos alimenticios, e incluso renunciar a algunos niveles de comodidad y consumo, pueden contar conmigo. Estoy dispuesto a aportar mi granito de arena. De hecho, me considero un ciudadano activo y sensible en esta materia. Como otros muchos.
Pero poco se avanzará si, quienes son los grandes emisores de dióxido de carbono, no se lo toman en serio y siguen mirando hacia otro lado. Países como India o China posponen a 2070 su compromiso de emisiones 0 o directamente no han acudido a la cumbre de Glasgow. Y luego están los que, habiendo acudido, lo hacen sirviendo en bandeja de plata las críticas de los escépticos por su mal ejemplo. Como el caso del presidente norteamericano, Joe Biden, que se ha presentado en la cumbre con una caravana de 20 vehículos oficiales devoradores de gasolina. Claro que, días atrás, batió el récord, al presentarse en El Vaticano con más de 80 para una encuentro con el Papa que se prolongó durante 75 minutos.
Y luego están los que anuncian cantidades ingentes de dinero para reducir la emisión de CO2, como nuestro presidente Pedro Sánchez, sin explicar de dónde saldrán esos recursos, aunque se lo pueden imaginar. Porque lo que nadie cuenta es que, posiblemente, ser más verdes a corto plazo supondrá que un porcentaje importante de la población tenga que ser más pobre y eso no está bien visto.