Parafraseando a mi admirado profesor Carlos Rodiguez Braun, la voz del liberalismo económico en Onda Cero, haré mía la siguiente máxima: El mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio. Esta sentencia es especialmente cierta si en lugar de referirnos al colectivo humano en general, nos centramos en el subconjunto de los hombres y mujeres dedicados al antiguo y a priori respetable oficio de la política.
Intentaré explicarme.
¿No salen las cuentas públicas y comienzan a aflorar las vergüenzas y corruptelas de la clase política que ha gobernado por ejemplo Catalunya en las últimas décadas? Se elige como chivo expiatorio a un ente indefinido al que llamaremos “Madrid” y se le señala como culpable de todos los males que sufre la ciudadanía mientras se prepara una estrategia a largo plazo para convencer a los votantes de que hay que degollar al chivo. Y así, se desvía la atención de los problemas reales.
Veamos un ejemplo más cercano.
¿Se ha prometido a la ciudadanía el fin de los recortes y mucho más gasto del que las maltrechas públicas pueden soportar? Se señala al siempre malévolo Gobierno de España como culpable por no aumentar las inversiones en el territorio de uno, se recomienda su sacrificio en las inminentes elecciones generales y resuelto. De este modo se distrae la atención del verdadero problema: se ha prometido algo que no se podía cumplir y no hay un plan realista para obtener los recursos necesarios.
¿Se entiende, verdad?
El chivo expiatorio siempre está ahí, listo para ser señalado y sacrificado por el político de turno para servir como cortina de humo, una vez incinerado, y desviar el foco de atención del lugar en donde debiera fijarse.
Es lo que hay.





