Hemos vuelto al Siglo XVIII. Y no me refiero solo a las condiciones de trabajo o a la destrucción de cualquier atisbo de protección social.
Hemos vuelto al Siglo XVIII porque nuestro sistema político se ha transformado nuevamente en una suerte de absolutismo paternalista, en el que fuerzas ajenas a la soberanía popular deciden qué es lo mejor para los ciudadanos, pero sin contar con su opinión. El ciudadano como súbdito, otra vez.
Pongamos un ejemplo concreto.
El Partido Popular liderado por Mariano Rajoy ganó las elecciones en noviembre de 2011 por amplia mayoría con una serie de promesas que, se supone, eran su plan de acción para los siguientes cuatro años. Entre ellas, y no era de las menos importantes, estaba una en su opinión imprescindible bajada de impuestos.
Dado que en teoría un gobierno llamémosle liberal (por decir algo) tiende a considerar que lo mejor es un Estado débil y una menor presión fiscal para fomentar las privatizaciones, parecía coherente que el PP hiciera tales promesas.
Sin embargo, una vez ganadas las elecciones ante un destruido PSOE, el PP con Rajoy al frente hizo fundamentalmente todo lo contrario a lo prometido. Hizo trizas su programa electoral y sus promesas al electorado de forma concienzuda, a fondo, sin dejarse nada en el tintero para salvar la cara. Eficacia alemana a su alcance, diría alguien.
El síndrome de hacer lo contrario de lo prometido a los electores, es decir, el síndrome de la estafa electoral sin sonrojarse, no lo padeció únicamente Don Mariano. A Don José Luis se le vio el plumero de la traición a sus propuestas desde el año 2010, en el que la tan intocable y sacrosanta Constitución fue vilmente ultrajada en su intangibilidad en apenas una tarde.
¿Por qué los presidentes del Gobierno y los Gobiernos electos en general mienten más que hablan? ¿Es acaso el síndrome de La Moncloa o en nuestro caso el Síndrome del Consolat? ¿Quizás sea algún experimento secreto de la NASA que con malas artes nos induce a votar a los más troleros de cuantos líderes políticos hayan existido jamás?
La respuesta a estas preguntas, aunque parezca lo contrario, debe ser negativa. Ni la NASA ni las posesiones demoníacas ni las abducciones extraterrestres tienen nada que ver en nuestras desgracias.
La cuestión es más sencilla.
Mientras nos hacen creer que con nuestro voto decidimos el futuro de nuestro Municipio, de nuestra Comunidad o del Estado, lo único que hacemos es elegir al títere de turno, poniendo cara al pobre iluso que deberá quemarse ante nosotros a mayor gloria de quien detenta el poder absoluto.
Y si en el Siglo XVIII el poder absoluto lo tenían personajes como Luis XIV, por poner un ejemplo, actualmente lo detentan unos personajes ocultos, etéreos, indefinidos e ilocalizables bajo la denominación genérica de “los mercados”.
A Portugal, Grecia e Irlanda los rescatamos entre todos pero los hundieron “los mercados”. A España la rescataron (en diferido, eso sí) y la hundieron “los mercados”. Las subidas de impuestos, las reformas constitucionales exprés, la austeridad, la disección y exterminio del Estado de Bienestar, la privatización de todo, el expolio de derechos y la mentira de la democracia actual son solo ofrendas de sangre al altar de “los mercados”.
Los que nos creíamos ciudadanos de Estados organizados que decidíamos la orientación de nuestra política y que regulábamos nuestra forma de convivir hemos sido transformados de la noche a la mañana en súbditos del poder absolutista de “los mercados”, poder al que le importa muy poco, o nada, si hemos votado una cosa u otra, o si queremos socialdemocracia o liberalismo.
Es más: el absolutismo de “los mercados” convive a la perfección con presidentes de gobierno a los que no ha votado nadie. Que les pregunten a los italianos.
Así, mientras nosotros, como laboriosas hormiguitas, trabajamos a destajo para tratar de pagar lo que “los mercados” consideran que debemos poseer, esos “mercados” deciden a su vez asfixiar nuestra economía y considerar el paro o los sueldos de miseria como daños colaterales. ¿Qué pensarán de aquel señor que salía en la tele que trabajaba de sol a sol pero la comida se la llevaba la Cruz Roja porque su sueldo no le alcanzaba?
Esta es la situación. Votamos a unos señores que prometen cosas que después no cumplirán porque serán llamados a capítulo por los poderes ocultos de “los mercados”, que les trazarán debidamente la hoja de ruta para seguir favoreciendo determinados negocios globales a mayor gloria de la especulación.
Asumido nuestro papel de súbditos, deberemos preguntarnos si no sería conveniente desempolvar de los almacenes los instrumentos que permitieron el fin del absolutismo: la ilustración, los derechos del hombre y del ciudadano y, por si acaso, alguna que otra guillotina afilada.





