El verano tiene esas cosas, que te permite hacer cosas pendientes que la rutina ha ido posponiendo. En mi caso, leer El crimen del padre Amaro, de José Maria Eça de Queirós. Permítanme hacer un spoiler -la novela se «estrenó» hace exactamente un siglo y medio- y contarles que refleja las andanzas de un joven párroco en la ciudad portuguesa de Leiria. Amaro es ambicioso y sin escrúpulos, perfectamente inmune a las necesidades de sus semejantes. No tiene exactamente vocación religiosa pero «le atraía esa profesión en la que se cantan bonitas misas, se comen dulces delicados, se habla en voz baja con las mujeres, viviendo entre ellas, cuchicheando, sintiendo su calor penetrante, y se reciben regalos en bandejas de plata».
En efecto, la religión permite al indeseable Amaro prosperar en la sociedad de Leiria porque es un dispensador de virtud. Sus fieles necesitan el favor de Amaro para acceder a la bondad certificada, y eso le otorga un enorme poder. Aclaro que la novela no es un alegato anticlerical: por ella deambulan personajes buenos (no muchos) y el mejor es el abad Ferrao. Pero la posibilidad de acceder sin esfuerzo a la virtud, halagando a los sacerdotes que la dispensan, permite que una hipocresía santurrona domine la ciudad.
En nuestra época la iglesia ha perdido, podríamos decir, la hegemonía de la bondad. Ahora ya no tiene esa capacidad de proporcionar títulos de virtud, y eso le ha permitido recobrar la sinceridad: los que hoy acuden a misa no lo hacen para exhibir un certificado de bondad que la iglesia ya no expide, sino por sus propias razones personales. Pero el vacío ha sido ocupado por la ideología. De izquierdas.
Hoy es la izquierda quien controla los dispensadores de virtud, y eso provoca dos efectos importantes. El primero, que los principales asuntos de la agenda política están teñidos de moralina. Y por eso (desde el cambio climático hasta la inmigración) no se trata de solucionar problemas sino de exhibir la postura correcta, aquella a la que la izquierda otorga el marchamo de la virtud siempre que se observen rigurosamente sus dogmas laicos, que con frecuencia se disfrazan de científicos. Todo esto lleva directamente al segundo efecto: la extensión de una hipocresía fácilmente observable. Por supuesto hay muchos abades Ferrao en la izquierda, pero hoy los beatos santurrones ya no están en Leiria sino en el PSOE y Sumar.
Les convenza o no está analogía, no dejen de leer a Eça de Queiros. En estos últimos coletazos del verano, yo me voy a poner con las Cartas de Inglaterra. Disfruten de agosto.
Un comentario
ya es casualidad, … acabo de terminar «el primo Basilio» y ya he empezado «el conde de Abranhos»
Después del Conde me pongo con el padre Amaro, que promete (recuerda en varios aspectos a don Fermín de Pas)
¡menudas vacaciones!