El estrés mata

No debe sorprendernos. Las preocupaciones intensas, la angustia y el estrés nos enferman. Debilitan el sistema inmunitario, aumentan el riesgo cardiovascular y reducen de forma taxativa la longevidad. La ciencia lo ha demostrado desde todos los prismas. El genético, el psicosocial, el cultural y el neuroendocrino.

En realidad, el estrés nos afecta de forma determinante en su forma crónica y sostenida. Tanto es así que se considera un biomarcador independiente de la esperanza de vida. El estrés crónico incrementa el ritmo cardíaco, desgasta las arterias, tiene capacidad para alterar el metabolismo hepático aumentando el colesterol aterogénico y contribuye mediante sofisticados mecanismos neurohormonales a activar los procesos inflamatorios que deterioran, envejecen y envilecen a las arterias. Es una realidad que la crisis y las catástrofes disparan las muertes de origen vascular.

Tampoco son nada extraños los episodios luctuosos que acompañan a situaciones críticas, agudas, intensas y profundamente dolorosas. Los episodios agudos de estrés pueden desencadenar mecanismos que acaban desarrollando un problema cardiovascular (infarto o muerte). No es casual que la mayoría de infartos se produzcan en invierno, los lunes y a primera hora de la mañana. De la misma manera que parece innegable que las técnicas de relajación tienen un efecto positivo para los pacientes cardíacos.

Tanto es así que para muchos el estrés es el gran controlador de la cantidad de años que estamos predestinados y proyectados a vivir de acuerdo con la genética. Afectando incluso a algo aparentemente tan distante como la propia progresión del cáncer.

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