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El ganador no se lo lleva todo

Por José Manuel Barquero
domingo 18 de diciembre de 2022, 10:11h

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Uno baja de una montaña alta, comienza a leer periódicos, ver televisiones y escuchar radios, y le entran unas ganas irrefrenables de volver a subir para mantenerse incomunicado. El espectáculo que nos ha ofrecido esta semana la política nacional invita al pesimismo y a la desconexión para siempre de la cosa pública. Supongo que esa precisamente es la pretensión de algunos, que la gente se harte y se dedique a sus cosas: las cenas de empresa, las compras navideñas y el Mundial de Qatar.

Pedro Sánchez y sus gurús llevan tiempo fiando su éxito electoral a una patología social. A pesar del abuso cansino que se hace de la “memoria histórica”, lo cierto es que en la era de la inmediatez la desmemoria colectiva es un mal que se propaga a toda velocidad. A ello se une que el valor de la palabra dada cotiza a la baja. La mezcla perversa de estos dos elementos, el olvido y la banalización de la mentira, genera un cóctel explosivo que el presidente del Gobierno está empeñado en utilizar para volar una parte importante de la arquitectura constitucional que nuestro país levantó hace más de cuarenta años.

Es tanto lo que en tres días se ha mezclado en la batidora de enmiendas para centrifugarlo a toda velocidad -sin informes previos ni la pausa mínima que requieren las reformas legales de gran calado- que conviene distinguir unos ingredientes de otros. La derogación del delito de sedición y la creación de un tipo de malversación light para permitir que unos delincuentes condenados puedan concurrir cuanto antes a unas elecciones es un puré tan difícil de digerir para el votante medio que incluso Unidas Podemos trató de marcar distancias ante la previsible rebaja de penas que puede acarrear para cientos de corruptos.

La sedición y la malversación no dejan de ser los tropezones del puré, los grumos que hay que deglutir esquivando el vómito. Lo realmente tóxico para el sistema del mejunje preparado por Sánchez se encuentra en la rebaja de la mayoría de tres quintos que se establece en la Constitución para alcanzar determinados consensos. Aquello no fue una ocurrencia del legislador constituyente, sino la fórmula numérica escogida para obligar como mínimo a las dos formaciones políticas más votadas a ponerse de acuerdo en asuntos esenciales.

En el derecho comparado existen numerosos ejemplos de exigencia de esas mayorías cualificadas precisamente para favorecer la alternancia en el poder. O dicho de otro modo, para evitar que el ganador maniobre desde el poder para mantenerse indefinidamente en él. Si hoy con la mitad más uno de los diputados en el Congreso manipulas los nombramientos del Tribunal Constitucional, ¿por qué mañana no vas modificar a tu conveniencia la Ley Electoral?

Situémonos en un escenario distópico, próximo al Apocalipsis, para los seguidores más fieles del narciso que hoy preside el Gobierno de España: Sánchez convoca elecciones y los resultados dicen que PP y VOX suman mayoría absoluta. Pues bien, lo que impediría que Feijóo y Abascal colonizaran todos los órganos del Poder Judicial sería precisamente la norma que Sánchez está demoliendo.

Sánchez le está metiendo mano a escondidas a nuestra Constitución. De manera obscena está toqueteando por debajo de la mesa la norma fundamental mientras se hace el ofendidito porque hay ciudadanos, periodistas, políticos y jueces que no están de acuerdo, se lo reprochan y utilizan los medio legales a su alcance para frenar esa deriva radical, populista y autoritaria.

Para júbilo de una minoría que lleva años ciscándose en la Constitución del 78, Sánchez está borrando y volviendo a pintar a su conveniencia las líneas del terreno de juego que rigieron para sus predecesores en el cargo. Todos contaron con más votos y escaños que él pero ninguno -ni siquiera González y Aznar cuando lograron mayorías absolutas- se atrevió a manosear furtivamente nuestro texto constituyente.

En el hilo musical de Moncloa debe de sonar todo el día una canción de Abba. The winner takes it all arrasó en los años ochenta, y se volvió a poner de moda por culpa de Mamma Mía! y Meryl Streep en 2008, el año en que Sánchez solo era un ambicioso concejal de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid. Pero no hace falta ser catedrático de Derecho Constitucional para saber que la democracia no funciona así, que existen los contrapesos y un necesario equilibrio institucional, y que el que gana unas elecciones no se lo lleva todo.

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