Recuerdo al presidente de la Generalitat Artur Más hace unos años reconocer que para iniciar un proceso de independencia de España hacía falta una mayoría social amplia y fuerte. Aquella era una visión realista, pues es obvio que para cambiar la estructura jurídica de forma tan radical y profunda no es suficiente con la mitad más uno de los votos. Ni de los escaños. Yo comprendo que a los independentistas, cansados de ser ciudadanos de un Estado como España en contra de su voluntad, les baste la exigua victoria lograda en el 27-S entre Junts pel Sí y la CUP (72 escaños soberanistas contra 63 desfavorables al proceso rupturista). Sin embargo esta realidad política no se ve reflejada en una realidad social, donde 1.952.482 votantes optan por la independencia, pero los partidarios de seguir en España son 11.868 más. Al final, se trata de un empate formal que hace muy difícil que la independencia prospere si no es a costa de imponer una mayoría política y parlamentaria a una mayoría social y ciudadana, cosa que contradice aquello que Artur Mas defendía hace unos años.
La situación sigue enquistada y habrá que esperar al resultado de las elecciones generales a finales de año para ver cómo se articula una solución que forzosamente solo puede surgir del diálogo y de la negociación. El inmovilismo exhibido por el Gobierno de Mariano Rajoy topa continuamente con una demanda social notoria en Catalunya. El castigo a los conservadores, allí liderados en esta ocasión por Xavier García Albiol, ha sido contundente. Su teórico electorado opta por Ciutadans, la fuerza política emergente. El PP acumula ya una relevante pérdida de apoyo electoral en cada una de las convocatorias electorales que se vienen celebrando: europeas, andaluzas, municipales y autonómicas, y ahora las catalanas. A mi juicio esto demuestra que él inmovilismo y parapetarse en una mayoría absoluta conseguida en 2011, no soluciona nada. Aunque quizás esta sea la especialidad de Rajoy.