El uno de febrero de 2023 varios cientos de personas tuvimos el privilegio de asistir en Palma a una conferencia de Nuccio Ordine. Fue un acto memorable, y al final de la charla el profesor tuvo la amabilidad de conversar conmigo un par de minutos después de dedicarme uno de sus libros. No quise llevarlos todos porque no quería parecer un groupie literario, ni abusar de su tiempo. Al despedirnos le expliqué que cada domingo escribía en un periódico digital que se edita en Mallorca, y que pensaba dedicarle una columna. Me dio las gracias con aquella sonrisa oceánica que gastaba, y me pidió que se la enviara por mail.
Estas son las cosas que un intelectual tan célebre como Ordine dice por educación, sobre todo cuando la celebridad tiene una educación exquisita. Por después, el día de mi cumpleaños, publiqué el artículo como un pequeño regalo que me hice a mí mismo, y se lo envié a su dirección de correo electrónico que aparecía en la web de la Universidad de Calabria. Confiaba en que su secretaria, o algún asistente en el departamento de Literatura, rescatara mi mail de entre los cientos que debía recibir a diario a este hombre, y con suerte se lo hiciera llegar.
Un día más tarde el propio Nuccio Ordine me contestaba agradecido con un texto plagado de maravillosas reflexiones, sin duda una de las epístolas más emocionantes que he recibido en mi vida. Era el día de San Valentín, y la fecha me pareció una cómica coincidencia por el flechazo intelectual que sentí por este hombre diez años atrás, cuando leí La utilidad de lo inútil, su brillante manifiesto en favor de “saberes como la literatura, la filosofía, el arte o la música, que no dan ningún beneficio, no producen ganancias, pero sirven para alimentar la mente, el espíritu y evitar la deshumanización de la humanidad”.
Tres meses después de nuestro encuentro le concedían a Ordine el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, que no pudo recoger por culpa de su súbito fallecimiento a los 64 años. No pude evitar las lágrimas al conocer la noticia. Aquel día descorché un Brunello de Montalcino a su salud, y a la tercera copa se me ocurrió pensar que resultaba una broma macabra que un hombre que acumulaba tanto conocimiento muriera de un derrame cerebral, como si no cupiera tanta sabiduría en una sola cabeza.
Allá donde esté Nuccio Ordine me perdonará que transcriba aquí una de las líneas que me escribió: “Estas son las recompensas más hermosas que podemos esperar de la vida: cuando un lector penetra hasta lo más profundo de tu pensamiento y de tu ser”. Quizá el profesor sólo pretendiera mostrarse amable, pero a mí me convirtió en el lector más feliz del mundo.
Con esa intención, la de seguir penetrando en su manera de entender la vida y las relaciones humanas, leí hace unos días su última publicación. George Steiner, el huésped incómodo (Ed. Acantilado) es una entrevista póstuma de Ordine a su amigo George Steiner realizada en 2014 con la condición de ser publicada a la muerte del entrevistado. Es un librito que también parece una broma macabra, como su ictus, porque se edita en España cuando ambos, no sólo Steiner, yacen bajo tierra.
De las numerosas perlas que deja la conversación entre dos inteligencias al servicio del bien, hay una de rabiosa actualidad casi diez años después de ser enunciada. Cuando Ordine le pregunta a Steiner cuál considera que es su victoria más hermosa, éste le contesta el haber insistido en la necesidad de una Europa unida. Y Steiner, judío de la diáspora, añade: “soy antisionista y detesto el nacionalismo militante. Pero ahora que mi vida llega a su fin, hay momentos en los que siento fuertes remordimientos. ¿Me habré equivocado? ¿Tenía derecho a criticar sentado cómodamente en el sofá de mi hermosa casa de Cambridge? ¿He sido arrogante cuando, desde fuera, he intentado explicar a personas en peligro de muerte cómo deberían haberse comportado?”.
Uno no aspira a que la izquierda ágrafa lea la obra completa de Steiner para encontrar frases como esta: “Israel está reduciendo a los judíos a la común condición del hombre nacionalista”. Pero al menos sí podemos reclamar una pizca de humildad, que es lo contrario de la arrogancia, para reconocer la complejidad de un conflicto que dura décadas, y la necedad que supone reducir la guerra en Gaza a un asunto de buenos y malos. Un intelectual progresista como Nuccio Ordine, que tanto criticó los valores del capitalismo aplicados a la educación, lo agradecería desde su tumba.