Me causa tristeza ver a los medios de comunicación o a algunos de sus representantes babear ante la presencia de un futbolista, técnico o directivo y mendigar una entrevista. Me da igual que se trate de Cristiano Ronaldo, Messi o algún jugador vulgar de cualquier equipo. Nadie se ha parado a pensar qué sería del multimillonario negocio del fútbol sin la entrega de las emisoras de radio, la necesidad de la televisión o la penuria de la prensa de papel. Ni la estrella mundial más rutilante, ni el reyezuelo de un equipo de pueblo serían nada sin esas portadas inmensas, esos montajes gráficos, el seguimiento de las cámaras y la persecución de los micrófonos. Pero el periodismo deportivo se ha desplazado a la orilla del perdedor y se ha sometido a la chulería de aquel que tira un micro al río, un dirigente que escamotea lo que ni siquiera se parece a una noticia o el entrenador que te anticipa una alineación para que le trates bien en tu crónica.
Las tertulias radiofónicas le ponen la guinda al pastel. Mejores o peores informadores, ex jugadores y árbitros e incluso algún agente se pirran por acudir gratuitamente a programas en los que quien los cita e invita es el único que cobra. ¡Vamos, que le hacen el programa gratis!. Y si, comprendo que, sobre todo en emisiones locales, el jefecillo de turno depende de que cualquiera de los tuercebotas de su ciudad acepte ser entrevistado, aunque sea por teléfono, para dotar de contenido radiodifusiones excedidas de duración que, dada la dificultad de llenar, han facilitado la proliferación de esas reuniones de café en estudios de radio y televisión.
Seguramente ocurre lo mismo en el ámbito de la política y otras esferas. Siempre habrá quien goce de su minuto de gloria bajo los focos incluso sin detenerse a pensar cuánta personas le ven, escuchan o leen realmente, pero satisfacen su vanidad y eso les compensa de una hora de transmisión a cero euros mientras el empresario presume de profesionales que trabajan sin cobrar en los medios privados y muy poco en los públicos, aquellos en que los “paganos” somos todos nosotros. Será que la baja calidad de la oferta justifica la ausencia de demanda.





