El precio del perdón

Según uno de los tópicos del fútbol quien perdona paga y el Mallorca lo ha sufrido en carne propia. La ausencia de un goleador ya no en el equipo, sino en la plantilla, le costó ayer una derrota inmerecida y dolorosa. Quizás más injusta por los escasos méritos del Real Valladolid, que por tener que reconocer que la planificación de la temporada y la gestión económica, social y deportiva del club han sido un verdadero desastre caritativamente tolerados, subrepticiamente consentidos e incluso incomprensiblemente loados.
El grave tropiezo en la jornada que pone punto final a la primera vuelta del campeonato puede considerarse un accidente puntual. Pero si uno conduce temerariamente durante cientos de kilómetros y se se estrella a punto de parar el coche, lo que ha tenido es una suerte infinita a lo largo de mucho tiempo y, si, vale, un revés de fortuna inesperado. La caridad es una virtud teologal digna de admiración y elogio, pero cuando carece de corazón y se practica desde el interés, deviene en pecado. La victoria de Pucela se produjo por el espíritu bondadoso de los delanteros locales, igual que el caos en que se ha transformado el Mallorca en todos sus estratos se ha generado desde el baboseo con que se han tratado las trolas de Utz Claassen y los errores de Miguel Angel Nadal, escudo este último de su patrón alemán.
No debería haber piedad para el nuevo consejero delegado, Maheta Molango. Su comportamiento en el palco presidencial, con su hijo pequeño al regazo como si se tratara de la diputada Bescansa, de Podemos, fue tan inadmisible como el ejemplo proporcionado al pequeño. Una falta de respeto hacia los visitantes que provocó el abandono de su asiento por parte del presidente castellano, Carlos Suárez quien, cansado de los gestos de su anfitrión, terminó por poner los pies en polvorosa sin asistir al gol de su equipo, al menos desde el lugar que por educación y caballerosidad le correspondía. Si además de otras muchas cosas, en Son Moix ya se ha perdido hasta el señorío, el futuro aparece aún más oscuro de lo que cabría imaginar.
Javier Cercas recordaba en El País que “la virtud no se predica ni se exhibe, sino que se ejerce, a ser posible a escondidas”. Así que, señor consejero delegado, deje de imitar a su todavía presidente, evite las fotos y los focos, y trabaje para lo que, se supone, le han contratado.
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