El que lee artículos

La semana pasada, en este mismo medio de comunicación, Mallorcadiario en su sección de opinión, les escribí, amables lectores, un magnífico artículo sobre, precisamente, lo que pensamos los autores sobre la manera que tenemos los articulistas para pertreñar nuestras muestras de inteligencia plasmadas, hoy en día, en una página virtual, en una pantalla; antes, si ustedes todavía lo recuerdan, el método de producción se realizaba a través de una pluma (o los más vulgares en un bolígrafo) que impresionaba un papel en blanco.

Pues bien, si el miércoles pasado me referí a nosotros, los artículistas, los comunicadores, esta semana me referiré a ustedes, es decir, a los consumidores de nuestras ideas, de nuestras penas y alegrías, de nuestro conocimiento y experiencia... en fin, a nuestra osadía.

Antes que nada, permítanme que les brinde una evidencia científica: el cerebro del lector de artículos de prensa es más pequeño que el del articulista. Eso ocurre en un 98,73% de los casos, según rezan las conclusiones de un estudio elaborado por el IEC (Instituto de Estudios Cerebrales) regido por el prestigioso doctor Hans van Schneiderhan, de la Universidad de Dortmund, en Alemania.

Cierto es que el cerebro de los lectores posee dos hemisferios o cavidades; la misma estructura oseosomática de que gozan los escritores. El informe citado precisa que, de los dos hemisferios del lector, en realidad solo se utiliza uno; el otro permanece vacío a causa de una falta de capacidad cognoscitiva que lo inutiliza totalmente. Sí, querido lector: la vida es muy dura; lo siento, de veras.

Así pues, disponiendo de una sola capacidad intelectual, el lector cojea ostensiblemente a la hora de discernir matices o de comprender significados. Este fenómeno llega a producir en el lector situaciones de vértigo y episodios de ansia al observar que las posibilidades de recibir sensaciones neurosemánticas le resultan bastante mermadas, creando así, un abismo entre el propio lector y el articulista que se traduce, normalmente, en la enorme diferencia entre coeficientes intelectuales.

Sé que duele, querido lector: no son datos, estos, que alegren el espíritu; pero la vida es lo que tiene, unas diferencias abismales entre unos y otros y lo que hay que hacer, por cruel que sea, es apechugar e intentar limitar las emociones ante los hechos consumados. Peor es la muerte que, además, huele a frío.

Por los motivos citados y siendo consciente de estas limitaciones de los amables (¡eso sí!) lectores, el articulista procura siempre rebajar su alto nivel intelectual y establecer un nivel de comunicación adecuado a quien le va a leer. O sea, el escritor tiene que disminuir su nivel de inteligencia para ponerse a la altura del lector. Evidentemente, no es un trabajo fácil para el escritor ya que, por el camino, tiene que dejar temas, cuestiones, materias y tratamientos que no llegarían con nitidez al cerebro de sus lectores; y a causa de estas rebajas la calidad de sus escritos pierde naturalidad, gracia y, sobre todo, altura de miras, lo que los lectores atribuyen, claro, a la falta de profesionalidad de los articulistas. Mentira.

Les pido disculpas…pero es lo que hay. De joven me enseñaron que las verdades, por muy duras que aparezcan, hay que mostrarlas sin tapujos. Y era mi obligación moral darles cuenta de este revolucionario informe universitario.

Que ustedes lo pasen bien.

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