El trol de Negueruela

Hay algo casi poético en la aparición de un perfil falso que, con el arrojo de un gladiador y la valentía de un fantasma, se dedica a insultar a periodistas y dirigentes de IB3, la radiotelevisión pública balear. Su misión, al parecer, no es informar, ni debatir, ni siquiera discrepar: es el noble arte de la pedrada digital desde detrás de la tapia, el ejercicio del insulto con la misma contundencia con que uno escribe una nota anónima en la pared de un baño público.

El IBtrol —porque todo troll merece su nombre artístico— parece convencido de que la crítica política o periodística es más eficaz cuando se redacta sin argumentos, solo con el arsenal de descalificaciones. No razona, no propone, no matiza. ¿Para qué desgastarse? Mucho más eficiente es lanzar improperios en mayúsculas y desaparecer, como un superhéroe sin capa ni dignidad.

Y sin embargo, lo fascinante del fenómeno no es el insulto en sí, que al fin y al cabo siempre ha existido. Lo interesante es el anonimato: ese disfraz digital que convierte a cualquier vecino aburrido en un Savonarola de saldo, un profeta de la nada, un revolucionario cuya única barricada es el botón de “enviar”. Anonimato entendido no como resguardo legítimo frente al poder, sino como coartada perfecta para la cobardía.

Resulta casi entrañable que mientras periodistas de IB3 —con sus defectos, sus aciertos y su trabajo público— se exponen con nombre y apellidos, el IBtrol se parapete en la sombra, como si creyera que su mordacidad fuese dinamitar el sistema cuando, en realidad, apenas alcanza la categoría de ruido de fondo. Como un mosquito en una habitación oscura: molesto, sí; decisivo, jamás.

En última instancia, el IBtrol no cuestiona estructuras ni denuncia corrupciones. Se limita a practicar el hooliganismo verbal de barra de bar, pero con WiFi. Y lo más punzante de todo es que, en su empeño por ridiculizar a los demás, lo único que logra es retratarse a sí mismo: una figura invisible que grita mucho y significa poco.

Quizá esa sea la ironía más amarga: mientras los profesionales de la televisión pública trabajan expuestos a la crítica abierta —que debería ser siempre bienvenida, siempre que venga acompañada de razones—, el IBtrol se limita a ocupar su pequeño trono de anonimato, convencido de que la sombra engrandece lo que, en realidad, solo disfraza la mezquindad.

En fin, que si IB3 es servicio público, el IBtrol es puro servicio de entretenimiento involuntario. Una caricatura que insulta sin saber que, al final, la sátira más dura no la escribe él: la escribe su propia falta de valor para dar la cara.

Ahora que, según varios medios, podríamos haber descubierto su identidad, el mejor servicio que podría ofrecer es cesar en sus calumnias hacia sus propios compañeros y retirarse con la cola entre las piernas a hacer política en otro foro (y con la valentía de dar la cara).

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