A Pedro Sánchez le preocupan tanto Gaza y los gazatíes que si tuviera que bombardear la franja para conservar unos meses más la silla presidencial lo ordenaría sin mover un músculo de su jeta maquillada. La mayor demostración práctica de la inmoralidad presidencial la tenemos en su antigua defensa del pueblo saharaui -tan musulmán, perseguido, minoritario y honorable como el gazatí-, que se esfumó de un día para otro cuando Marruecos le apretó ciertas tuercas que los españoles nunca conocimos.
El descarado manejo propagandístico del drama humanitario de Gaza es el último y desesperado trampantojo que la factoría propagandística de La Moncloa, trasladada en agosto a La Mareta -Zapatero, Sánchez y Marlaska, los tres veraneantes habituales en la isla de Lanzarote-, ha ideado durante las vacaciones para escapar como el mago Houdini del agobiante cerco judicial por múltiples casos de corrupción.
El estreno postvacacional del trampantojo también se evidencia acudiendo a la legislación vigente. Sánchez ha abanderado el uso popular del término “genocidio” tratando de enardecer a toda la izquierda de cara a una venidera contienda electoral. Pero “genocidio” no es un término coloquial, sino una categoría legal definida en la “Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio” de 1948, que fue ratificada por España, y en el artículo 607.1 de nuestro Código Penal. En ambas normas jurídicas, que hablan de la “destrucción de un grupo nacional, racial, étnico o religioso” se requiere un pronunciamiento judicial para entender cometido tan grave delito. Por eso los políticos de la UE, mucho más rigurosos que Sánchez, nunca manejan con ligereza dicho término.
Forma parte del trampantojo la orden al genuflexo fiscal general para que su antecesora Dolores Delgado, fiscal de sala de derechos humanos y memoria democrática, abra investigación sobre un hipotético genocidio en la invasión israelí de Gaza. Otro espectáculo mediático, teniendo en cuenta que el artículo 23.5 a) de nuestra Ley Orgánica del Poder Judicial dice claramente que ”los delitos a los que se refiere el apartado anterior (genocidio o lesa humanidad) no serán perseguibles en España en los siguientes supuestos: Cuando se haya iniciado un procedimiento para su investigación en un Tribunal internacional constituido conforme a los Tratados y convenios en que España fuera parte”.
Es un hecho públicamente conocido que la Corte Penal Internacional está investigando la invasión de Gaza desde el 29 de diciembre de 2023, cuando Sudáfrica presentó denuncia por genocidio contra el Gobierno de Israel. Por ello, leyendo simplemente la Ley -algo que la mayoría de comentaristas jamás suele hacer- resulta evidente que España carece de competencia judicial en este asunto por estar ya incoado un sumario internacional. Y la fiscalía general del Estado se dedica simplemente a sobreactuar, malgastando en postureo político el dinero que exprime a los contribuyentes.
La última demostración del burdo trampantojo presidencial es el desinterés de Sánchez y sus afines por matanzas más devastadoras que las cometidas por Israel en Gaza, como el exterminio de cristianos en Nigeria, Eritrea o Congo, de uigures o tibetanos en China, de armenios en Nagorno-Karabaj, de opositores en Cuba, Nicaragua, Venezuela o Corea del Norte, o las perpetradas en Irán, Afganistán, Sudán o Siria. Sin olvidar la muerte y el exilio de miles de vascos en los años de plomo de ETA. Casos que, por razones obvias, nunca movilizan a la voluble izquierda española, que solo se indigna por megafonía cuando los responsables son blancos, conservadores, judeo-cristianos, occidentales o pronorteamericanos.
Como ha demostrado el atentado a Charlie Kirk, los millones de personas asesinados por sus dictadores favoritos nunca están tan muertos para la muy sectaria izquierda internacional.
P.D.: Y mientras muchos ilusos miran el dedo (que señala a Gaza), el banquillo de la luna se va llenando de reos (el fiscal general, el hermano, y pronto Begoña, Ábalos, Cerdán, Koldo…). No va a bastar la tela de la bandera palestina para tapar el estercolero que le rodea.
