Cuando leemos los datos del reciente informe Cátedra Banca March de Empresa Familiar junto con Asociación Balear de la Empresa Familiar (ABEF), lo que aflora no es sólo un conjunto de números: descubrimos el latido silencioso pero firme de un archipiélago que se sostiene, prospera y resiste gracias al pulso de decenas de miles de negocios familiares.
Hoy en Baleares, el 93 por ciento del tejido empresarial está formado por empresas familiares. Más allá de la estadística, eso significa que nuestras calles, comercios, pequeños talleres, pymes de servicios, hostelería, construcción y un amplio abanico de sectores están sostenidos por familias que han invertido -no sólo dinero, sino ilusión y esfuerzo- en este territorio.
Estas empresas no son meros testimonios de tradición. Generan el 87 por ciento del empleo de la comunidad autónoma. A su vez, aportan el 81,7 por ciento del Valor Añadido Bruto (VAB) de Baleares, una cifra muy superior a la media estatal que demuestra su peso decisivo en la riqueza que se genera en las Islas.
No se trata sólo de volumen, sino también de consistencia. Tres de cada cuatro empresas familiares del archipiélago superan la década de antigüedad. Entre 2015 y 2023, su tasa de supervivencia alcanzó el 81,5 por ciento, lo que sitúa a Baleares entre las comunidades con mayor resiliencia empresarial del país.
Las empresas familiares son mucho más que generadoras de empleo o riqueza. Son memoria colectiva, historia compartida, continuidad de proyectos que trascienden generaciones, y compromiso con el territorio
Ese músculo de persistencia no brota por casualidad, sino de una combinación de factores: gestión prudente, visión de continuidad generacional, apuesta por el territorio, y un vínculo con la comunidad local que trasciende las cuentas anuales. Esa bondad estructural convierte a estas empresas en refugio cuando arrecian las tormentas económicas, y en garantes de empleo estable cuando muchas economías dependen de la temporalidad o la precariedad.
Las empresas familiares baleares no están concentradas en un único sector, ni dependen de una sola fuente. Abarcan comercio, hostelería, construcción, servicios, industria, pequeñas fábricas, oficios tradicionales y más. Ese carácter plural las convierte en una red de seguridad para la economía insular porque amortiguan los altibajos propios de la estacionalidad turística, ofrecen empleo más allá del verano, mantienen viva la actividad local en buena parte del año y preservan auténticos oficios, saberes y dinámicas de proximidad.
Las empresas familiares son mucho más que generadoras de empleo o riqueza. Son memoria colectiva, historia compartida, continuidad de proyectos que trascienden generaciones, y compromiso con el territorio. Para una comunidad como la nuestra -marcada por la insularidad, dependiente del turismo, con desafíos de coste de vida, vivienda y estacionalidad-, esa implicación local y ese arraigo tienen un valor intangible tan real como necesario.
Por eso no basta con celebrar sus cifras. Hay que protegerlas, impulsarlas, adaptarlas al siglo XXI sin que pierdan su esencia. Modernización, digitalización, relevo generacional, formación, apoyo a pymes, condiciones para el emprendimiento local... Todo eso debe formar parte de un pacto social que reconozca a la empresa familiar como lo que es: una columna vertebral de la economía balear.
Ahora más que nunca, cuando el mundo se sacude con crisis energéticas, inflación, cambios en el turismo, desafíos globales, necesitamos una economía que conozca su territorio, que esté comprometida con su gente, que valore lo local sin cerrarse al cambio. Las empresas familiares son ese equilibrio gracias a su madurez, flexibilidad, tradición, adaptación, raíces y visión.
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