Siempre me han gustado las luces de Navidad, tanto las que iluminan las calles y las avenidas como las que podemos ver también en fachadas, balcones, puertas, jardines, parques, ventanas, escaparates o terrazas.
Esas luces parecen decirnos que durante estas fechas la mayor parte de nosotros muy posiblemente podríamos ser bienvenidos casi en cada casa y en cada hogar.
Por mi parte, mi pequeña contribución personal a ese universo lumínico es un diminuto árbol navideño de apenas diez pulgadas que pongo cada año en el comedor de casa, junto al belén que me ha acompañado desde la infancia y que suelo tener puesto todo el año.
Además de las luces navideñas, la nieve debería de ser siempre otro elemento constitutivo de estos días tan señalados. Sí suele serlo, por suerte, en determinadas latitudes de España, así como también en el centro y en el norte de Europa y de América, en donde los copos de nieve caen en diciembre y en enero silenciosa y suavemente en bosques, montañas, valles, campos, caminos, urbes y pequeñas poblaciones hoy quizás algo olvidadas.
Esa querencia personal por los paisajes nevados quizás se deba a que esos escenarios nos suelen parecer un poco más navideños que aquellos otros en donde en diciembre brilla siempre el sol o en donde Santa Claus y sus renos se bañan ahora cada día en la playa.
La fascinación por la nieve seguramente tiene mucho que ver también con el recuerdo de las postales navideñas que enviábamos o recibíamos durante nuestra infancia, en donde solían ser mayoritarias las imágenes en que la nieve era la gran protagonista, incluso en aquellas en donde aparecían los seculares nacimientos o las figuras de Papá Noel o de los Reyes Magos.
Quizás por ello, una de mis ilusiones en aquellos ya lejanos años infantiles era llegar a pasar alguna vez unas Navidades en algún pueblecito completamente nevado y lleno de luces navideñas, como de cuento de hadas decimonónico, profundamente melancólico y nostálgico.
En esa recurrente fantasía infantil, que todavía hoy sigo manteniendo, me imaginaba además debidamente resguardado del frío en una cabaña o en una pequeña casa, leyendo mayoritariamente ensayos, novelas y libros de poesía, comiendo turrones y mazapanes —siempre con moderación—, y escuchando nuestros evocadores villancicos patrios y los de otras latitudes, sobre todo de Estados Unidos, que siempre me han emocionado muy especialmente.
Si ese deseo navideño se hiciera finalmente realidad algún día, algunas de las composiciones foráneas que escucharía cada noche serían, entre otras, The Christmas Song, en la voz de Nat King Cole; Have Yourself A Merry Little Christmas, en la versión de Bing Crosby; White Christmas, interpretada por Frank Sinatra; Let it snow! Let it snow! Let it snow!, cantada por Dean Martin; It's the most wonderful time of the year, en la voz de Andy Williams; Last Christmas, interpretada por Wham! o Somewhere in my memory, creada por el maestro John Williams.
En realidad, ya las estoy escuchando durante estos días, imaginándome que estoy junto a una chimenea, que afuera está nevando y que el mundo está hoy mayoritariamente en paz. Lo imagino siempre con fuerza, aun siendo consciente de que en realidad sólo tengo en casa un pequeño radiador móvil, que hace años que no nieva en Palma y que buena parte de la humanidad no está viviendo quizás hoy sus mejores momentos.
Pero aun así, en estos pocos días que aún faltan para que llegue una nueva Navidad, tenemos casi todos la oportunidad de darnos una especie de tregua a nosotros mismos y de intentar encontrar en nuestro interior instantes o destellos de luz y de paz.
En estas fechas hay siempre, además, algo especial que se percibe en las frías horas nocturnas y en las noches completamente estrelladas, algo que facilita que pueda haber ahora en cada uno de nosotros un recogimiento y una introspección mayor.
Esto último debería de ayudarnos a disfrutar aún un poco más de estas Navidades, que seguramente pasarán de nuevo demasiado rápido, como ocurrió ya con las que vivimos en nuestra infancia o con nuestra llegada a la edad adulta. O al menos así lo sentí entonces en mi caso.
Pero quizás esa celeridad no importe tampoco demasiado, porque de aquellas lejanas celebraciones aún puedo ver hoy nítidamente, como en Somewhere in my memory, «momentos preciosos, personas especiales y caras felices», siempre, en algún lugar en mi memoria.
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