En el año 1992 la nueva directiva del Mallorca encabezada por el doctor Miguel Dalmau tuvo que asumir la reconversión del club en sociedad anónima deportiva. Con la ayuda de Javier Cabotá intentó que el mallorquinismo fuera el verdadero dueño de la institución. Pusieron a la venta 65.000 títulos de propiedad por un valor total de 650 millones de pesetas, mediante acciones cuyo valor nominal era de 10.000. No se cubrió ni siquiera el 10 por ciento de la oferta. Apenas 800 mallorquinistas respondieron y se recaudaron en torno a 50 millones porque algunos ni siquiera llegaron a pagar. Tres años después el club fue vendido casi en su totalidad a Antonio Asensio Pizarro, con estimables pérdidas para los vendedores que habían tenido que capitalizar los 600 millones restantes, además de compensar las pérdidas de los ejercicios en que fueron titulares.
Ahora, liberado el beticismo del yugo de Manuel Ruiz de Lopera y Luis Oliver sus actuales responsables pretenden entregar a los béticos algo más del 31 por ciento del capital. Serán emitidas participaciones de 120 euros cada una, con la opción de adquirir un máximo de 10 por persona. No me cabe la menor duda de que la suscripción será ampliamente cubierta y se podrá afirmar que el club pertenece a quienes de verdad lo sienten como suyo.
No veo ni intuyo a ningún mallorquín dispuesto a comprarle el club a Robert Sarver para devolvérselo a sus auténticos seguidores. Tampoco a un grupo de 400 o 500 en una ciudad que ya supera los 400.000 habitantes y una isla que roza el millón. Los antecedentes no invitan precisamente a la aventura. ¡Qué lástima y qué pena!.