El hecho de que haya más de trescientos periodistas acreditados para la asistir a la entrada en el juzgado de la infanta Cristina el próximo sábado convierte este capítulo de la instrucción del sumario en un espectáculo sin precedentes, en lo nunca visto.
La presencia de tantos profesionales acreditados es comprensible en la ceremonia de entrega de los Oscar de Hollywood o en una final de la Champions League, pero parece fuera de lugar en un acto la Administración de Justicia y ante el interrogatorio de una imputada.
Por muy hija del Rey que sea, Cristina se merece un trato normal, conforme a las garantías procesales que, en teoría, asisten a todo ciudadano que mantiene la presunción de inocencia. La declaración ante un juez no puede transformarse en un festival internacional. Jamás. Y si era previsible tal despliegue comunicativo también existen fórmulas para que el acto declarativo se celebre con un mínimo de sosiego por parte de todos, en un lugar alejado de rampas y de cámaras, más teniendo en cuenta que a Cristina no la acusa ni la Fiscalía, ni la Abogacía del Estado, ni la Abogacía de la Comunitat Autònoma, que en teoría es la perjudicada. Sólo lo harán acusaciones particulares, que son parte de las grandes beneficiarias del festín mediático.
Pero hay más: la imagen de Mallorca volverá a recibir un varapalo fuera de nuestras fronteras. Esta isla vive de su prestigio, de su capacidad de acogida, de sus núcleos turísticos, de su seguridad, de su clima, de sus playas y aspira a que los lugares más emblemáticos de Palma sean declarados Patrimonio de la Humanidad. Es un activo enorme labrado por generaciones de isleños. Pero lo más triste del caso es que por el camino que vamos el lugar más conocido de Mallorca será la rampa de los juzgados. ¿Amina tal ceremonia a engrandecer a imagen de la isla? Con absoluta rotundidad, no. Un destino turístico inteligente sabe vender a los potenciales clientes la sensación de que quien venga aquí se encontrará las puertas del paraíso. Pero lo que leerán, verán y escucharán nuestros clientes es una Mallorca llena de histeria y crispación.
Trescientos informadores acreditados persiguiendo a una imputada poco tiene que ver con una sociedad que pretende vivir del equilibrio y la calma. Tanto jaleo asusta a quien paga por descansar en nuestra isla. Tal vez más de la cuenta. Estamos apunto de vivir una escena que nos debe avergonzar a todos. Pero no debemos buscar culpables porque, tal vez, todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad en este desaguisado.





