Escaleras: un sinsentido

Mi profunda animadversión hacia las escaleras me viene de lejos; bueno, más que de lejos, de antiguo. Estamos hablando de un invento completamente inútil que no sirve más que para disgustar al personal a base de esfuerzos completamente absurdos. Supongo que, con este motivo, nunca se ha sabido quién fue el auténtico inventor de las escaleras ni qué propósito le impulsó a crear esta tremenda futilidad. Muy probablemente, el muy majadero no dejó escrita en ningún documento oficial su fechoría para, de este modo, no ser reconocido públicamente y evitar el contacto con sus conciudadanos, que, sin lugar a dudas, le hubieran abroncado por las calles e incluso le hubieran pataleado en los teatros e insultado en los mercados. Utilizó el anonimato para esconder su quebrantamiento moral ante la sociedad de la época. ¡Vergüenza debería darle su cobarde maniobra!

Cierto que, ahí, en esta cuestión, Dios tuvo algo que ver: no se entiende que el Creador (que tanto bien hizo en su etapa de producción del Cosmos) estableciera en el Universo lo que vendrían a ser los desniveles. Una Tierra completamente lisa, llana,  sin declives ni pendientes, ni inclinaciones, ni terraplenes ni altibajos hubiera sido un éxito sin precedentes para Él y, sobre todo, para los futuros habitantes del planeta. La vida hubiera sido mucho más accesible, adecuada, cómoda y acondicionada para realizar las tareas del vivir, que no son moco de pavo; que, ya de por sí, es complicado el vivir y convivir con aspectos como el mal, los celos, la lujuria, la ira, la gula y otras complicaciones que ahora no vienen al caso. Pero no, no señor (y no Señor, claro): Dios “creó”, también los desniveles; y ahí le duele...

Por otro lado —y a la vista del grave error cometido por Dios— la humanidad va y, en lugar de corregir dicho desacierto, se dedica a construir pueblos y ciudades (núcleos de convivencia social) en lugares montañosos, abruptos, con desniveles inhumanos, escarpados, empinados y, prácticamente inaccesibles. Ya son ganas.

En un momento determinado, el llamado pueblo llano dejó de utilizar el calificativo de “llano” debido a que sus gentes tenían que avanzar por calles y planicies que les obligaban a subir y bajar de manera continuada sin ninguna razón aparente. Ya no eran felices los pobres hijos e hijas de Dios Nuestro Señor. Pero, como con tantas desgracias de la Humanidad, pasó lo que pasó: un capullo pusilánime, que nunca dio la cara, tuvo el brillante planteamiento de crear la escalera y con ella los odiosos e inevitables peldaños para joder al mundo entero. ¡Qué distinto comportamiento el del fundador de la rueda! Un hombre (o una mujer, que no es seguro) que puso su inteligencia y sano juicio al servicio de la población mundial; todo lo contrario del pedazo de zoquete que hundió la normalidad del proceder humano e impelió y fomentó el uso de este maligno medio de transporte que desgasta las energías del individuo al subir y destroza los músculos de las piernas al descender. 

Desde luego, no le hubiera costado nada al hiperventilado creador de la escalera esperar a que algún sabio inventara el ascensor o bien las escaleras mecánicas y luego ya, si eso, proyectar como accesorio para pirados tortuosos los peldaños. El primer país del planeta que se quite de encima esta rémora vetusta y obsoleta de la escalera se convertirá en primera potencia mundial y en un ejemplo de progresismo real y efectivo. Además: contra las escaleras, las rampas, invento mucho más efectivo y tranquilo.

¡Basta ya de fatigas físicas al subir y de descalabros craneales al bajar! Hay que eliminar de un plumazo las putas escaleras y volver a la llanura general. El mar -que es mucho más perspicaz que la tierra firme- no tiene ninguna necesidad de escaleras y sus habitantes, los peces y los hierbajos como las algas, viven la mar de radiantes en su ambiente. Algún imbécil de turno podría inventarse escaleras en el océano para situaciones de alto oleaje... Y si no, al tiempo.

Háganme caso y olviden las escaleras. Paseen sin altibajos, vivan en casitas a ras de suelo o den rodeos si les es imprescindible ascender a cualquier elevación del terreno.

Existen pueblos en el mundo que son un mal sueño para sus habitantes. Sin ir más lejos, en Catalunya, en la bella comarca de La Noguera, en la demarcación de Lleida, se encuentra Alòs de Balaguer, pueblo bañado, ricamente, por el río Segre. Pues bien: rodeado de miles de hectáreas de llanura cultivada y frondosa, tuvieron que construir su núcleo urbano en el único precipicio existente en sus alrededores. Me dicen que fue por motivos de defensa (hay un antiguo castillo en lo más alto del pueblo) pero la realidad es que, por mucha fortaleza, el pueblo fue conquistado por todo dios que pasó por allí con ánimo de ocupación. Ni castillo ni leches. Alòs es un lugar inaccesible, incómodo, con escaleras como calles y pendientes que ni los asnos...

Alòs de Balaguer es sólo un ejemplo de la imbecilidad humana: un bonito pueblo... para ver de lejos.

Amsterdam sería el ejemplo a seguir, sin lugar a dudas.

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