En Baleares todos vivimos del turismo. Es una frase que repetimos, quizás, demasiado a menudo, y percibo, aunque tal vez es un pensamiento escrito sin demasiado fundamento, que a lo largo del tiempo no hemos sido ni medianamente conscientes de su significado.
No voy a recapitular la historia del turismo en nuestras islas. A los que tenemos ya una edad desde pequeños nos han enseñado que no se muerde la mano de quien te da de comer, ni dudamos ni hemos dudado de qué nos aportan las personas que deciden gastar el dinero que invierten en su tiempo libre en nuestro Paraíso insular.
Si os habéis interesado por historias del pasado, tendréis en vuestro haber alguna historia curiosa, alguna divertida, e incluso alguna surrealista de cómo hemos tratado a los turistas, y en contrapartida tenemos el daño que ha causado el comportamiento incívico de algunos de los que decidieron pasar sus vacaciones con nosotros a la idílica imagen del conjunto de las islas.
Durante años, las cifras, en general, han ido aumentado: el número de llegadas, el gasto medio por turista, el Revpar hotelero, era casi una obligación alcanzar cierto porcentaje superior al año anterior; contábamos los turistas por millones.
No voy a entrar en si lo hemos hecho bien o mal, ya que seguro que si hiciéramos un análisis DAFO encontraríamos cómo equilibrar la ecuación.
Este año volverá a ser otro año récord, pero para la desgracia de todos posiblemente obtengamos el más indeseado de los que hubiéramos podido imaginar: el número más bajo de turistas de los últimos cincuenta años. Las consecuencias de la fatídica distinción son, entre otras, que subirá el paro hasta máximos insospechados, y veremos cómo afrontamos el más duro de nuestros cálidos inviernos, sin preocuparnos demasiado de la famosa desestacionalización, sino más bien de cómo llegar a final de mes.
Pero sí me gustaría recordar que incluso en más de una ocasión, a lo largo de los años, a ciertos políticos autonómicos les han sobrado turistas, y más recientemente algún que otro ciudadano iluminado en la sobra les ha dedicado grafitis a la vista de todos que eran más propios de una desacertada gamberrada con muy mal gusto que de un mensaje en forma de arte urbano. A todos ellos les diría, como me decía mi abuela cuando era pequeña, “pareix que el Bon Jesús t’ha castigat”.