Estigmatizados por la corrupción

Eugènia Moyà escribía ayer en esta misma sección de opinión que “nadie querrá hacer nada en Baleares”. Se refería a que algunos de los proveedores de servicios procedentes de la Península que han venido a las islas se han visto implicados en asuntos judiciales más o menos delicados. En realidad la cosa es más grave. Evidentemente, verse inmerso en un asunto judicial es muy serio y, por supuesto, para la mayor parte de la gente seria equivale a la huida. Pero las cosas son más graves, como decía, porque hay muchos proveedores que se han hecho una imagen de Baleares según la cual todo es corrupción. Iba a decir que es una imagen distorsionada, aunque yo mismo dudo de que lo sea. La cuestión es que, arrastrando esta etiqueta, difícilmente vamos a encontrarnos con gente que tenga interés en hacer negocios aquí. Por mucho que se pueda pensar lo contrario, no es un tema menor: hoy en día, la competitividad de una región pasa por contar con toda clase de recursos, con capacidades y con empresas que sean capaces de atender servicios con calidad. Y hoy tenemos una imagen que seguramente nos priva de algunas de estas empresas y de algunos de estos profesionales. En sentido opuesto, las escasas empresas baleares que pueden estar haciendo negocios en la Península se pueden encontrar, con cierta frecuencia, con sugerencias o indicaciones alusivas a una realidad interna que nos puede hacer recordar la de algunos territorios lejanos. Todos sabemos qué imagen tienen algunos países de Sudamérica o Rusia o, incluso, ciertas zonas de Italia. Es muy desagradable comprobar que, además de todo lo que hay que hacer para estar en el mercado, algunos en Baleares tengan que soportar esta etiqueta. Y peor aún, merecida en buena medida.

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