La vida me ha enseñado que la humildad corre pareja al éxito y la inteligencia del individuo, sobre todo al referirnos a deportistas o artistas. Por el contrario, los peores actúan con prepotencia como compensación de su inseguridad y consciencia de sus carencias. En el primer grupo estarían personas, sí personas, como Marco Asensio, Alba Torrens o Martí. Para el segundo, se nos ocurren muchos nombres, demasiados y tantos que merecen el castigo de nuestro desprecio.
Valga el preámbulo para destacar no solamente a quienes se encuentran en plena lucha por un título europeo como integrantes de un colectivo, sino en concreto para reparar el imperdonable error de no haber mencionado al entrenador del Tenerife en anteriores artículos referidos a no pocos profetas que han sido ignorados en nuestra y su propia tierra. En este caso por gestores y accionistas sin escrúpulos, que sangran día a día la ilusión del verdadero mallorquinismo.
Un gol en el campo del Getafe le privó de meter en primera división al equipo que cogió hace un año y medio en su primera experiencia en los banquillos. En el fútbol es la tenue frontera que te separa de la gloria o te hunde en el abismo, salvo que seas el Mallorca de Sarver, claro, cuyo hundimiento ha sido cuestión de mucho más que un simple tanto marcado o encajado. Lo volverá a intentar y seguramente lo conseguirá, porque Pep Lluis no es flor de una primavera, sino un profesional tenaz y constante que ha dejado su impronta por donde ha pasado. Menos aquí, por supuesto, donde la envidia es denominación de origen y lo malo de fuera siempre es mejor que lo de casa.





