Cada día nos levantamos con alguna gamberrada de algún, o algunos, turistas. Que si han montado follón en un avión por ir borrachos, que si se han precipitado desde el balcón, que si están durmiendo la mona encima de la acera... Vienen a Mallorca porque, a diferencia de su país, aquí pueden hacer el burro sin sufrir consecuencias.
Nosotros nos escandalizamos, pero el goteo de noticias al respecto no cesa.
¿Hasta cuando se va a permitir?
Ahora que la Fiscalía General ha tomado cartas en el asunto con la cuestión de la ocupación de viviendas habituales, no nos sabría mal que, en la misma línea, se decretase la expulsión inmediata de Mallorca de todos aquellos turistas que sólo causan problemas.
Que rompen mobiliario: ‘pa’ su casa. Que se tiran a la piscina desde el balcón: ‘pa’ su casa. Que se pasean en bolas por la calle: ‘pa’’ su casa. Que vomitan el lago Ness entero: ‘ pa’ su casa. Juicio rápido, multa, y billete de vuelta. Pronto se acabaría la tontería de venir a Mallorca a hacer el gilipollas. Dejaríamos de tener los ingresos que generan estos especímenes, pero también nos ahorraríamos los gastos que ocasionan. El saldo acabaría positivo. Seguro.
Y, aunque eso sepa mal a las compañías aéreas porque es una fuente de ingresos importante para ellas, debería de prohibirse la venta e ingesta de alcohol dentro de los aviones. Ya no sólo por las incordiantes molestias que los interfectos causan a los demás pasajeros, sino también por cuestión de seguridad aérea. El día que un borrachín de estos provoque un accidente aéreo nos rasgaremos las vestiduras, porque estamos más que advertidos.
