“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. De manera hermosa pero implacable, el gran Antonio Machado se encargaba de recordarnos que la vida es un misterio que vamos descubriendo cada nuevo día, todos y cada uno de nosotros, con nuestra firme decisión de vivir. Estamos ante un apasionante viaje de una sola dirección, con billete solo de ida, que no podemos dejar escapar. Continuaba el poeta sevillano aseverando que “al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.
Esta idea, que resulta tan clara y que obliga a una profunda reflexión diaria, en demasiadas ocasiones, cae en el olvido. Efectivamente, nuestro día a día nos pasa por encima como una apisonadora y nos resulta relativamente sencillo autoconvencernos y justificar semejante dislate, encontrando coartada en el ritmo que nos imponemos y que difícilmente nos permite respirar. Somos capaces de encontrar tiempo para casi todo...pero difícilmente nos damos margen a nosotros mismos para pensar en lo que estamos haciendo con nuestra vida. Cierto, sí, sí…todo esto está muy bien, pero hay que llevar a los fenómenos al colegio, organizar el funcionamiento de toda la casa, limpieza, compras, menús, ropa y eventos varios…así que a ver quién es el valiente que anda sobrado de ese cada vez más preciado tesoro que es el tiempo y se permite el lujo de pensar en el sentido de la vida antes que en el precio del pescado, de la actividad paraescolar, del uniforme o el de la hipoteca, o si el niño ha cogido la ropa de entreno o hemos firmado esa circular clave, precisamente esa, por la que parece pasar el futuro de toda la familia.
Efectivamente, no es sencillo. De hecho, nadie dijo que fuera fácil, pero merece la pena invertir parte de nuestra vida en pensar cómo estamos viviendo. Cada uno tenemos nuestro modo, nuestra concreta manera de enfocar. Podemos escoger nuestra dirección y pisar a fondo el acelerador o marchar sin prisas, mirando a nuestro alrededor y disfrutando de cada paso dado. ¡Ah! Y podemos caminar solos o acompañados. En mi caso concreto siempre he pensado que las cosas, en compañía, se disfrutan más; que las alegrías se multiplican y que las penas son menos; y que nuestro legado lo dejamos en nuestra forma de recorrer el camino y en nuestros hijos, que recogen el testigo y caminan con un trocito de nosotros en su interior, llevándonos allá donde van.
Pero no nos engañemos, si ya es complicado convivir con uno mismo, si ya es harto difícil soportarnos y perdonarnos nuestras inacabables y constantes meteduras de pata, ¿qué suerte de milagro ha de ocurrir para que otra persona sea capaz de aceptarnos así, tal cual somos, y además, querer formar parte de un proyecto de vida común? Sinceramente, esto solo lo explica el amor. No conozco nada igual, no sé de otra cosa capaz de lograr semejante propósito. Solo si se está dispuesto a dar, a compartir, a vivir desde la empatía más absoluta, siendo capaz de ponerte en segundo lugar, solo así, puede recorrerse ese camino que es la vida en compañía. Complicado, muy complicado. Ya lo señalaba Françoise Sagan: “Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender”.
Ahora bien, si se encuentran las personas adecuadas, el premio no puede ser mejor. Ayer cumplió años la mujer junto a la que he decidido caminar el resto de mi vida y quiero decirle un par de cosas que, por otra parte, espero tenga muy claras, a la luz de lo que sentimos el uno por el otro. En primer lugar, gracias. Gracias por ser como eres, gracias por creer en este proyecto de vida común, gracias por aceptarme tal como soy y gracias por ser la mejor madre del mundo para nuestros maravillosos hijos. En segundo lugar, perdóname. Te pido disculpas, por mis errores, por mis despistes, por las veces en que nos enfadamos y me cuesta dar mi brazo a torcer y por escribir estas líneas que, ni que decir tiene, lo último que pretenden es avergonzarte. Ya me conoces…soy un caso. Y, en tercer lugar, y lo que es más importante, te pido que sigamos caminando juntos. Habrá momentos malos, tristes, agotadores, estresantes y en que parezcan fallar las fuerzas. Pero, del mismo modo, habrá momentos extraordinarios, únicos, maravillosos y mágicos. Y, lo que tengo muy claro es que pase lo que pase, todos esos momentos, los malos, los menos buenos y los fantásticos, quiero vivirlos contigo.
Si al cabo del día simplemente me devuelves una sonrisa, esa sonrisa con la que me enamoraste, todo habrá merecido la pena.
Muchas felicidades. Te admiro. Te quiero.