Fin de los aplausos

Finiquitado el Estado de Alarma, uno se da cuenta de como han variado los destinatarios de nuestros aplausos y de qué pocos motivos nos quedan ya para aplaudir.

Hemos visto a los ciudadanos con balcón aplaudir a los sanitarios, a los policías aplaudir a los niños cumpleañeros que estaban confinados, a los sanitarios aplaudiendo a los ‘supermanes’ saliendo de la UCI tras 90 días, a las camareras de piso de los hoteles dando palmas a los primeros turistas post-covid de Mallorca (hubiera estado bien que además alguien les hubiera ayudado a subir las maletas por las escaleras, lo hubieran agradecido más que las palmas), y a los escasos diputados presenciales del Congreso aplaudiendo a las (aún no sabemos cuántas) víctimas del virus en España.

En el país de las palmas folklóricas tampoco se podía esperar menos, pero ahora ya sabemos además a quién no podremos aplaudir. No hay ovaciones en los campos de fútbol vacíos (y las que hay están grabadas), y el pujante turismo joven, con dinero y aficionado a la música no podrá aplaudir a los DJ’s más importantes del mundo. No podrán hacerlo en Baleares, líderes en estos menesteres. Sin discotecas, las agendas de los mejores DJ’s del mundo se han despejado tras saber que no podrán pinchar ni en Mallorca ni en Ibiza. Ya verá usted qué rápido Mikonos se pone las pilas para hacer olvidar de la mente del turista a Ibiza y Mallorca.

Ya no quedan aplausos para nadie. Mientras descansan las manos vemos lo que pasa en China y en Alemania. Y también en algunos puntos de la península. Los rebrotes están aquí y han venido para quedarse una buena temporada. Rezar quizás no sea suficiente para esquivar una segunda oleada del virus ahora que hemos decidido abrir fronteras y relajar las restricciones. Si sucediera, si no nos portamos bien, si nos olvidamos del covid en nuestra vida cotidiana, ¿con qué autoridad moral podremos aplaudir a nadie en la vuelta a los balcones si seremos en gran parte responsables?

A mí sí me queda un aplauso para los más de 3 millones de afectados por el otro virus, el de los ERTE. Aprovecho para recordar que, a pesar de ser una buena solución para no destrozar el tejido empresarial y de paso que el Gobierno no multiplique más las listas del paro, son personas con familias detrás en las que se suman tres meses de comprensión, de paciencia, de colaboración y de ganas de volver. Pero lo triste es que a día de hoy, fin de la desescalada, nadie es capaz de decirle a ninguno de ellos si volverán a su puesto de trabajo el 1 de julio, el 1 de octubre, el 1 de enero, o nunca. La certidumbre empieza a ser imprescindible. Para todos, empleadores y empleados.

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