Los ciudadanos opinamos de todo. De lo que sabemos, pero sobre todo de lo que no. Y en parte, si no sabemos más, es porque no nos lo quieren contar. Y sabiendo que esto es así, se genera en nosotros mucha desconfianza que desemboca en mucha más beligerancia en el sano ejercicio de la crítica.
Desconfiamos de todo lo que se nos cuenta:
Las idas y venidas en torno a la vacuna de Astra Zéneca nos hacen tener la certidumbre de que detrás de las paralizaciones de dosificación se encuentra por una parte una guerra velada contra el Reino Unido y por otra el incumplimiento de los contratos de compraventa en busca del mejor postor.
Las continuas paralizaciones de los procesos de vacunación masiva -cada anuncio se convierte en la alegría del conejo- nos dan a entender que esconden una clara falta de logística.
El agravamiento de medidas de restricción a la que tenemos un solo día de malos indicadores, nos infiere que estamos ante una clase política que se escuda en la imprevisibilidad para tapar una falta de planificación y altura de miras.
Que la comunidad autónoma de les Illes Balears esté a la cola en el suministro autonómico de vacunas, siendo la comunidad de mayor decrecimiento económico a causa de la pandemia del COVID19, hace reavivar la teoría de que en Madrid (metonimia) nos quieren débiles, mansos y dominados, no sea cosa nos crezcamos y nos sumemos a la lista de autonomías contestatarias y reivindicantes. Síndrome de Estocolmo en estado puro.
La imposibilidad que ha mostrado la Unión Europea en investigar y producir una vacuna que estuviera al ritmo de las líderes, nos acrecienta el sentimiento de alienación frente a este ente político supraestatal que siempre está en la cola de todo y que es totalmente incapaz de dar un golpe sobre la mesa en materia de relaciones internacionales.
Sí, somos malpensados porque demasiados indicios y certezas nos provocan aprensión hacia unos poderes políticos que se manifiestan incapaces de dominar la situación y unos poderes fácticos que como siempre están escondidos cual Gran Hermano (el de 1984, no el de Telecinco) para dirigir las pobres vidas de los condenados a meter la cara en el cajón de las ratas a la que se salgan del guión que se les ha preparado.
Detrás de todas estas suspicacias, sólo una cosa es cierta, y es que estamos hartos y agotados de que no se empiece a vacunar de verdad de una vez por todas y conseguir respirar social y económicamente.