Llevaba días con ganas de realizar este ejercicio, y al final he decidido dedicarle unos minutos. El resultado, no por sospechado, ha sido lamentable.
Usted también lo puede intentar. Quien firma este artículo lo hizo ayer por la mañana. Día de compras. Un supermercado de Palma. Media mañana.
El experimento consiste en apostarse junto a la puerta de entrada y comprobar el uso que hacen los clientes del gel hidroalcohólico que los comercios tienen la obligación de disponer a la entrada.
El resultado no tiene ninguna vocación científica, por supuesto. Pero da una clara idea de la poca memoria que tenemos.
Se observa el comportamiento de las primeras 30 personas que entran en el establecimiento. ¿Cuántas se acercan al dispensador de gel?. ¿Cuántas lo hacen a la salida?
El resultado es muy decepcionante. De 30 personas, solo 13 se acercaron al dispensador y se aplicaron el gel en las manos (otra cosa es si lo hacían correctamente). 17, más de la mitad, ignoran el producto preventivo ante la infección por Covid.
Ese 56,66 por ciento no es científico pero sí muy orientativo de como somos. Nos hemos olvidado de donde venimos y de que aún estamos en ello. Que aún mueren personas, que aún se infecta gente, y que vivimos rodeados de restricciones porque hay variantes nuevas muy infecciosas.
Por muchas vacunas que se hayan inoculado ya.
Hace bastantes semanas que uno viene observando este comportamiento.
Desde el estado de alarma, los establecimientos esenciales -como los supermercados- tenían la obligación de disponer gel hidroalcohólico para sus clientes. Además, debían desplegar personal de seguridad para velar por el cumplimiento de ponerse el gel y de usar la mascarilla. Esto de los vigilantes ya solo se mantiene en contadísimos casos. En el resto, uno elige si se echa el gel o prescinde de ello.
El experimento no acabó aquí. También se observó la salida de otros 30 clientes del mismo establecimiento. Ni uno solo volvió al dispensador de gel. Por tanto, si entra uno infectado, toca un producto, va otro y toca el mismo y se va sin ni siquiera mirar al gel, basta con recordar que si uno se lleva la mano a la nariz para rascarla, ya tenemos un foco de infección.
Nos hemos relajado. Agradecemos las medidas (muy lentas y económicamente angustiosas) de desescalada, pero nosotros, las hipotéticas víctimas, aún no hemos terminado el trabajo. Hay que mantener distancia, mascarilla y manos.
Lo llamativo no es solo el dato. Llama también la atención que los inspectores de sanidad se pasen el día vigilando interiores y terrazas de bares y restaurantes y no reparen en hacer comprobaciones como la que motiva este artículo. La comparación nos vuelve a llevar a no comprender por qué se señala como potencialmente infecciosos a unos negocios y a otros no.
Bueno sería que un vigilante vuelva a recordarnos al entrar en el ‘súper’ que debemos utilizar el gel, que para algo está. De todos modos, lo denunciable es la actitud de los clientes que aquí y en otros sitios se pasan ya por el arco de triunfo las medidas prescritas para evitar contagios.
Visto lo visto, es fácil pensar que ese 56,66 por ciento de ‘olvidadizos’ también lo son el resto del día, en otros espacios concurridos, o incluso al llegar a su casa. No tenemos memoria.