Humo que mata

Desde primera hora de este pasado miércoles vuelve a estar permitido fumar en las terrazas de los bares y restaurantes de las Illes Balears. Aunque no lo pareciera, porque hace tiempo que en muchas terrazas se fumaba con absoluta impunidad, nuestra comunidad era una de las tres comunidades junto con Aragón y la Comunidad Valenciana en las que todavía estaba prohibido encender un pitillo en una terraza. La medida, junto a otras como la prohibición de fumar en la vía pública a menos de dos metros del resto de peatones, fue aprobada en plena pandemia. Con la publicación en el Boletín Oficial del Estado (BOE) del fin de la crisis sanitaria, decaen automáticamente todas las normativas que se decretaron en su día a causa de la COVID-19.

Algunos pensarán que la caducidad de medidas restrictivas es recuperar la plena libertad, pero la realidad es que el hecho de que el humo del tabaco regrese a las terrazas de los establecimientos hosteleros es una pésima noticia para la salud pública y supone un lamentable retroceso en la lucha contra el tabaquismo y sus consecuencias. La prohibición de fumar en las terrazas estaba asumida de forma mayoritaria por la sociedad -no en vano, más del 70% de la sociedad no son fumadores- y no había provocado ningún conflicto, ni siquiera una merma en la clientela, como defendían algunos. Las terrazas han seguido estando llenas. Pasó lo mismo cuando en 2010 se prohibió fumar en el interior de bares, restaurantes y discotecas, en una medida pionera en Europa, que puso a nuestro país a la vanguardia de la lucha contra el tabaquismo. Hoy nadie se plantea volver a fumar en el interior de estos locales y la sociedad en general lo tiene plenamente asumido y aceptado.

Y es que mientras otros países adoptan medidas encaminadas a reducir la prevalencia del consumo de tabaco en sus sociedades -en Nueva Zelanda se ha prohibido la venta de tabaco a los nacidos a partir de 2010-, España parece avanzar en sentido contrario frente a una pandemia que mata a 60.000 personas al año en nuestro país, de las que más de 1.000 son fumadores pasivos, esos que nunca han fumado pero que son víctimas del humo de los cigarrillos de los fumadores, como vuelve a pasar desde esta semana en las terrazas de Balears. A la terrible cifra de damnificados provocada por la primera causa de mortalidad prematura evitable, hay que añadir el coste sanitario a las arcas públicas, que triplica los 9.000 millones anuales que recauda Hacienda con los impuestos de la venta del tabaco y sus productos.

El nuevo gobierno que salga de las elecciones del 23J tendrá que decidir si quiere apostar por la defensa de la salud pública y por avanzar hacia una sociedad libre de humo, tabaco y nicotina o si, por el contrario, mantiene la actitud pusilánime, displicente y hasta colaboracionista con las tabaqueras que ha demostrado el Ejecutivo de Sánchez en los últimos años, en especial, durante la presencia de la canaria Carolina Darias al frente del Ministerio de Sanidad.

Si España quiere volver a ser un país pionero en la erradicación de una lacra como es el tabaquismo, hay muchas medidas sobre la mesa pendientes de aprobar: recuperar la prohibición de fumar y vapear en las terrazas sería una de ellas, pero también la prohibición de fumar y vapear en las playas y en las piscinas o en otros lugares públicos de gran afluencia (zonas comerciales al aire libre, recintos deportivos, conciertos, parques públicos, proximidades de colegios o centros sanitarios…). Duplicar el precio de la cajetilla; la implantación del empaquetado neutro, vigente ya en casi una veintena de países; la “equiparación al alza” de la fiscalidad de todos los productos del tabaco, incluidos los cigarrillos electrónicos y vapeadores, la eliminación de máquinas expendedoras en bares y gasolineras, la reducción del número de estancos y la mejora de las ayudas a los pacientes fumadores con los tratamientos que se saben seguros y eficaces son otras medidas que los expertos en la lucha contra el tabaquismo vienen reclamando desde hace tiempo para alcanzar el reto de una sociedad libre de tabaco en 2030, con una prevalencia de consumo del 5%, cuando en la actualidad estamos en el 20% en nuestro país.

Pero además de esas medidas, es fundamental trabajar en la desnormalización social del tabaco, sobre todo entre los más jóvenes, porque ellos son el principal objetivo de las tabaqueras y el eslabón más débil. De media, el primer contacto con la nicotina se produce a los 14 años en nuestro país y la posibilidad de ser atrapado por su letal adicción disminuye notablemente a partir de los 22 años. De hecho, el 90% de los fumadores se engancha a la nicotina entre esas edades. Los nuevos productos del tabaco, como los cigarrillos electrónicos o vapeadores con o sin nicotina, constituyen un nuevo reclamo para esa población. Con diseños atractivos, miles de sabores y la falsa sensación de inocuidad que se fomenta a través de las redes sociales por muchos influencers, estos productos se han convertido en una especie de accesorio de moda para muchos jóvenes, cuando en realidad son la puerta de entrada al tabaco, además de una práctica con riesgos comprobados para su salud, porque estos dispositivos contienen partículas cancerígenas que se inhalan.

Hace años, todos viajábamos en el coche sin cinturón de seguridad. Hoy, salvo raras excepciones, todo el mundo lo lleva puesto. Su uso se ha normalizado, aunque costó lo suyo. Se necesitaron muchas campañas de sensibilización, algunas de ellas muy duras, pero también muchas campañas de vigilancia efectiva en las carreteras, con duras sanciones para los conductores que seguían pensando que ponerse el cinturón molestaba y era un asunto menor. Con el tabaco pasa lo mismo. Mientras la sociedad no sea capaz de desnormalizar el consumo de una droga que mata de manera silenciosa y que tiene consecuencias a largo plazo, no solo en quien la consume sino también en los que están alrededor, será difícil erradicar el tabaquismo. Por eso, es necesario combinar medidas legislativas, con su correspondiente vigilancia y régimen sancionador para que sean verdaderamente efectivas, con acciones de concienciación en los centros escolares y educativos, y también a través de las redes sociales y las plataformas digitales que consumen los más jóvenes. Ellos son la clave de bóveda para alcanzar una sociedad libre de humo, tabaco y nicotina en el futuro.

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