“Leed. No imagináis el inmenso placer que vais a sentir. La literatura va a desarrollar vuestra imaginación, os permitirá abriros a mundos radicalmente nuevos en los que no habríais entrado si no fuera por las palabras, os va a permitir entender quienes sois, va a poner palabras a aquello que sentís y que ni siquiera sabéis sobre vosotros. Aprenderéis más del deseo de aventura leyendo Robinson Crusoe que yéndoos de viaje…. Cuando tengáis celos porque queréis a alguien que no os quiere basta leer a Proust para entender ese sentimiento, para ponerle palabras que os van a calmar, porque os harán comprender que formáis parte de una comunidad que siente las mismas cosas, que no estáis solos. Esa es la singularidad de la lectura. Es una actividad solitaria que os abre al mundo. Nunca estaréis tan cerca de los demás como cuando leéis un libro…. Y apartaos de las pantallas, salid de ellas. Las pantallas os devoran, la literatura os alimenta. Las pantallas os vacían, los libros os llenan. Esa es la diferencia. La literatura es un arma de libertad”.
Oír a un Ministro pronunciar un discurso así -ante un grupo de jóvenes- en el año 2021 hace que uno se frote los ojos por si le han colado una fake news. Es como despertar sobresaltado tras soñar haberle tirado un caño a Maradona en una pachanga, culminar un solo de batería mano a mano con Phil Collins, o conseguir la llave del Hat Bar para rematar las tardes en tiempos de pandemia. Algo apoteósico e inimaginable, al menos para usted y para mí. Pero, sorprendentemente, fue algo real. Bruno Le Maire, titular de la cartera de Finanzas en el Gobierno de Francia, es un Ministro extraordinario. Nada que ver con esa gente -intercambiable en su mediocridad- que ocupa la mayoría de Ministerios en España. Aparte de su impecable formación académica, es un apasionado defensor de la lectura. Aunque, cuando uno repasa su currículum, lo acaba entendiendo todo. Para recetar a los demás leer es preciso haber leído. Algo más que una fase del Ché Guevara o el prospecto de un Nolotil.
Si los jóvenes hicieran más caso al Ministro Le Maire el mundo estaría menos lleno de imbéciles. Y, sobre todo, de imbéciles esféricos. Que constituyen una categoría superior. O, más propiamente, inferior. Porque consiguen serlo en dos diferentes acepciones: la primera, porque son imbéciles los mires por donde los mires; y la segunda, porque sus estupideces son homologables en todas las partes del mundo. Y el mundo, hasta ahora, sigue siendo esférico.
Soy consciente de que he empezado el artículo apretando, y de que a alguno le tengo ya como el perro de Pávlov. Y es que no resulta fácil hacer un casting breve de imbéciles esféricos. Que quepa, además, en los límites de una modesta columna semanal. Empiezo con un personaje fascinante, al que todos conocen por su acrónimo AMLO, o Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Un veterano político que atorra a diario a sus ciudadanos con interminables charlas paternalistas a las que llaman las “mañaneras” (al estilo “Aló Presidente” de ese vecino de más abajo, vestido con chándal tricolor), en las que reescribe la historia de México, desbarra amenazas contra empresarios y antiguos gobernantes, y maneja con desparpajo toda clase de argumentos populistas. AMLO se vanagloriaba en 2017 de su ascendencia cántabra, visitando con Revilla el pueblo de sus abuelos, y hoy contamina al sufrido pueblo mexicano con la monserga de que
el Rey de España tiene que pedirles perdón por la conquista. Siendo descendiente de un comerciante de Ampuero.
Resulta una característica de los imbéciles esféricos pensar que quienes les escuchan son todos de su condición. Como el ladrón. Siguiendo el argumento de AMLO, el mundo quedaría colapsado por tanta disculpa. Y especialmente España. Los cartagineses con los íberos, los fenicios con los cartagineses, éstos con los godos, los godos con los musulmanes, Jaume I el Conqueridor con estos últimos, Pedro IV de Aragón con Jaime III de Mallorca, los ingleses con los españoles por Menorca y Gibraltar, España con Portugal, Portugal con España, Andorra con Francia y con España, Castilla la Nueva con Castilla la Vieja, España con Granada, Marruecos con España por el Sáhara Occidental, el Valle de Arán con Catalunya, el Mallorca con el Baleares, el Barça con el Espanyol, el Madrid con el Atleti…. Esto resultaría interminable. Y fuera de nuestras fronteras ya no les quiero contar. Hasta Biden debería disculparse por dormir en territorios que antes eran de Toro Sentado.
Otro estúpido esférico, ya suficientemente retratado, es Pablo Hasél. Que, por imbécil, no sabe ni poner una tilde en castellano. Nunca en aguda terminada en ele, cacho melón. Sobre este tipejo y sus hazañas ya escribí algunas lindezas. Sólo me queda añadir dos cosas: una, la patética realidad de unos seguidores que luchan por la “libertad de expresión” robando bragas, como parodió hilarantemente en este digital mi compadre José Manuel Barquero; y otra, la ajustada definición que dio de Hasél el cineasta Jonás Trueba, en entrevista publicada en El Mundo: “a este hombre la estupidez se le queda corta”. Ya había dicho el filósofo Emilio Lledó: ”¿para qué quiero la libertad de expresión si no digo más que estupideces?”.
El último ejemplo de imbécil esférico que cabe hoy aquí (no descarto continuar, visto el volumen de oferta) pertenece al género femenino. Isabel Peralta, se llama la criatura. Tiene 18 años y se dice falangista. Y pronunció recientemente un discurso contra los judíos en un acto de homenaje a los caídos de la División Azul. Semejante empanada mental -un pupurri de Falange, judíos y División Azul- solo puede ser el producto de la juventud unida a una mente iletrada. Otra imbécil adicta a TikTok que no hace puto caso al Ministro francés. Por algo el escritor sueco Niklas Natt och Dag, autor de la exitosa novela “1793”, ha dicho recientemente que en el futuro “las ventas de libros bajarán y aumentará la estupidez humana”.