«Muchas personas son demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no les importa hacerlo con la cabeza vacía» proclamaba Orson Welles, ante determinados personajes que le soltaban impertinencias. Y, en la actualidad, no puede decirse que se haya cambiado mucho. Desde tiempo atrás, las insinuaciones de personajes y personajillos renegados de su esencia y lugar de nacimiento, se han avenido en intentar aglutinar, bajo su mundo, a todo aquel que no piense como ellos. Son los pan catalanistas, al estilo del figura Torra, que catapultan a los no catalanes, con ocho apellidos genuinos, hacia la roca Tarpeya. Entiende que, si son muchos, la ley no les afecta, y el mal queda autorizado. Son aquellos que entienden que, cuanto más se grita, cuanto más de insulta, mayor es el derecho a seguir haciéndolo. Y el resto, los que no comulgamos con esos deseos impuros, merecemos el oprobio de la indignidad, o sea; fascista, franquista, españolista, ultra.
Para estos no existe más libertad que el silencio ni más deber que la quietud. Se trata de consentir que «El mundo esté en peligro, no por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad», siguiendo a Einstein. Y así, hay que callar, permanecer inmóvil cuando media docena de gerifaltes, de «cabeza vacía», se atreven a exponer sus teorías, soportadas por fotografías que no hacen sino tergiversar la verdad a su conveniencia. Los «presos políticos», son eso, y no «políticos presos», y no lo serán por muchas veces que, al estilo Goebbels, se repita la misma mentira. No están siendo enjuiciados por sus ideas, sino por sus acciones en contra de la ley y el orden constitucional. Mal que les pese a la ministra Batet y a la llorona alcaldesa, catalanas ambas. Mientras tanto, Borrell habla de «enfrentamiento civil» confundiéndolo con una «confrontación» dentro de una sociedad cada día más radicalizada.
Para quienes pretenden imponer su lengua por encima de la castellana, la ley es una esclavitud a aplicar. La tiranía del uso único y exclusivo de «su» catalán como medio de colonización de la sociedad balear, valenciana e incluso francesa. No se trata de cultura sino de política, no de elección sino de mordaza. Una política expansionista y colonizadora al anuncio del «ministro de asuntos exteriores» Ernest Maragall, que ya va repartiendo nacionalidades a capricho para los habitantes de estas islas. Es la «catalanización» a la brava y mediante compra. Aceptar como una gran verdad que los enemigos de la libertad no son sino quienes la ensucian, no está demasiado desencaminado de nuestra realidad, cuando oímos expresiones de defensa de una inaudita libertad de expresión aplicada a hechos, conductas y cánticos insoportables, que ya los jueces del TEDH han ratificado en su condena de tres años y medio de cárcel, impuesta por la Audiencia Nacional y ratificada por el Tribunal Supremo, por injurias a la Corona, enaltecimiento del terrorismo y amenazas. Para todas esas manifestantes, el TEDH no existe cuando no les conviene. Por la sencilla razón de que, esos personajillos de la plaza de España y restantes de su cuerda, han nacido para la revolución, para el desgobierno, no para la democracia, la ley y la justicia.
Y si se trata de hacer valer lo que ellos consideran sus derechos, respetar la propiedad pública o privada no merece la pena, ni va con sus obligaciones. Llenar de lazos amarillos las calles o puentes de la ciudad, adoctrinar al más puro estilo fascista las mentes infantiles, constituir Observadores u Oficinas de «sus» Derechos lingüísticos, es todo un síntoma de cuanto persiguen; nada de defensa de libertades, sino imposición de obligaciones y sanciones en caso de incumplimiento. Esa es la ley que a ellos — mínimamente representantes del electorado — les satisface. No la ley que nos hace libres, sino la que nos esclaviza para cumplir su voluntad. Es el apartheid lingüístico como cabeza de puente de la conquista del territorio y la ocupación de historia, cultura, tradiciones y costumbres propias. Es el Lebensraum hitleriano que le impulsó a entrar en Austria y en los Sudetes checos, cuando anhelaba el gran salto a Polonia o Ucrania. Hoy, para Torra y sus acólitos, «els segadors» ocupan el lugar que las «Valkirias» para Hitler.
Se llenan la boca de «libertad de expresión», de «provocaciones antidemocráticas», de coacción a la «creatividad artística», sin embargo cuando una de esas libertades artísticas o de expresión es en pro de Cervantes, el boicot, los insultos y las vejaciones sí están permitidas, sí son democráticas, sí son legales. O sea, todo vale para defender el lebensraum, para repartir nacionalidades, para impartir marchamos de democracia catalanistas, para prorratear descalificaciones personales, pero no cuando los «otros», los que están enfrente, son subnormales incapaces de entender el gran destino que aguarda al Principat y a todos los suyos. Destino que incluye la defensa de delincuentes condenados, de fugados de la justicia, de presos por actividades ilícitas junto con la inaudita tergiversación de la historia. Y, soterrada, la aspiración imperialista del «proces»; la colonización mediante «su» catalán, con el beneplácito y aplauso de renegados y perjuros valencianos y mallorquines, deseosos de convertirse en pagados delegados de neo países anclados en la banana catalana.